lunes, febrero 07, 2005

Sabidos

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Un viejo chiste: Un diputado ecuatoriano visita a un congresista gringo. “¿Ves esa carretera?”, le muestra el gringo al ecuatoriano una moderna autopista, mientras señala su bolsillo y dice: “10% para mí”. Meses después, el congresista gringo visita al ecuatoriano. “¿Ves esa carretera?”, le dice el ecuatoriano señalando una vasta extensión con burros y chivos. “No veo nada”, dice el gringo. El diputado ecuatoriano señala orgulloso su bolsillo y dice “así es, 100% para mí”.

Mi profesor en la universidad nos decía que se considera corrupto a un país cuando la corrupción es algo esperado; en cambio, un país no es corrupto cuando la corrupción sorprende. Es decir, existe corrupción en el mundo entero.Ningún país se salva. La diferencia está en los grados de corrupción y la reacción que causa.

En Ecuador la corrupción dejó de sorprendernos hace mucho. Nos peleamos la punta entre los países más corruptos del mundo, según Transparencia Internacional y cualquiera que nos visita. Negociados en los contratos de obras públicas; compra y venta de candidatos, votos y conciencias; sobornos, contrabando y peculado; abuso de fondos públicos; coimas que agilitan trámites burocráticos; burócratas que no agilitan trámites sin coimas; jueces que copian exámenes; millonarias deudas “pagadas” con adefesios sin valor… en fin. Y lo peor es que nadie se cree corrupto, ¡qué va! Todos somos “vivos” y “sabidos”, nada más, nada de malo en eso.

Alguien me decía rechazando esta lista de Transparencia Internacional que “los corruptos en Ecuador son solo una minoría de políticos y empresarios, la mayoría somos gente honesta”. No estoy de acuerdo. Es verdad que los verdaderos corruptos, esos que roban y mienten sin remordimiento, esos que escapan del país con fundas llenas de billetes de gastos reservados, o reciben jugosas comisiones por cada contrato público, en fin, esos que todos conocemos bien, son una minoría que mancha el nombre del país. Pero el resto no se salva. Todos somos parte del sistema. La corrupción se respira en el aire y nos contagia.

Nos lamentamos y reclamamos la sinvergüencería de nuestros políticos, banqueros, jueces y burócratas. Pero no tenemos problema en sobornar al policía o pedirle a nuestro pana en las aduanas que nos agilite el trámite por la izquierda. “Si queremos salir adelante en este país tenemos que hacer lo que el sistema nos obliga”, pensamos y reclamamos. “El que no es sabido no llega a ningún lugar”, nos defendemos. Es verdad, el sistema corrupto e ineficiente nos lleva a veces a hacer cosas que preferiríamos evitar. Pero luego nos refugiamos en el sistema para llevar nuestras acciones más allá de lo admisible y ético. Y ahí es cuando cruzamos la línea.

Pasamos de pagarle a un tramitador para que nos saque la cédula, a pagarle a un funcionario para que nos favorezca en un concurso público. Nos cegamos ante la falta de moral general. Si todos lo hacen, ¿por qué yo no?, es nuestra excusa del millón.

El país no mejorará posiciones en la lista de corrupción si solo nos dedicamos a perseguir a los corruptos cabecillas. Es crucial perseguirlos hasta atraparlos. Pero es igual de importante que empecemos por ser honestos nosotros mismos, en cada momento, cada trabajo, cada acción.¿Podemos decir que realmente lo somos?

Si empezamos por nosotros mismos tal vez logremos que un día el cuento del diputado no se aplique a nuestra realidad. Pero claro, algún sabido me dirá que si construimos la carretera nos merecemos al menos el 10% que se lleva el gringo.