jueves, abril 21, 2005

¡Pegue, patrón!

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

¡Ser rico es malo!, ha dicho Hugo Chávez. Por eso Latinoamérica sonríe entre siestas, cervezas y reggaetones, porque ser pobre es bueno y acá todos somos pobres. Como Moti, nos vamos acostumbrando a decir “¡pegue, patrón!”, mientras los gringos, chinos y europeos se hacen más ricos.

El eterno populismo encabezado por Chávez se alimenta de crear conflictos entre ricos y pobres. Culpa y desprestigia al rico hasta lograr una masa de seguidores que aprenden a odiar términos como capitalismo, empresario, utilidades y accionistas. Es el mismo discurso de los Abdalás, los Lucios y demás integrantes del club de fans de Chávez: estamos como estamos por culpa del rico explotador.

Y luego Chávez y compañía pretenden que nuestros países se hagan ricos. País rico, sí; individuo rico, no. Ignoran que la riqueza y desarrollo de un país emerge de la suma de individuos trabajando por darle lo mejor a sus familias. Con la eterna excusa de una patria solidaria, nuestros populistas condenan el esfuerzo y éxito personal. En lugar de apoyar a empresarios para que generen riquezas, plazas de trabajo y una vida digna para miles de personas, aquellos que dicen luchar por los pobres ponen trabas a la inversión y el progreso. Crean comisiones, secretarías y demás entes burocráticos al supuesto servicio de los necesitados que no hacen más que consumir fondos en sueldos inútiles y corrupción.

Los gobernantes gringos, asiáticos y de demás países desarrollados, en cambio, admiran y fomentan la riqueza. Saben que cada nuevo rico significa trabajo para muchos pobres y progreso para el país. Sus gobiernos promueven el desarrollo individual en lugar de condenarlo, y entienden que una sociedad rica nace cuando sus miembros generan riqueza y no cuando sus gobernantes se dedican a extraerla para “distribuirla”.

Algún seguidor de Chávez me dirá que exagero, que lo que él quiso decir no es que hacer dinero sea malo, sino acumular demasiado dinero y no compartirlo. Eso no cambia el mensaje de nuestro eterno populismo: hacerse rico está mal, el dinero es sucio, la dignidad está en la pobreza y no en la riqueza. ¿Quiere Chávez y su pandilla que el dinero de los ricos llegue a los pobres? Den a los ricos oportunidades de invertir y de generar empleos en lugar de alejarlos del país con trabas burocráticas y politiquería. Y si eso no basta, den incentivos a las empresas para invertir en la comunidad, en lugar de criticarlas por hacer bien su trabajo.

Mientras condenemos la riqueza, nos seguirán hundiendo otros países que han sabido acogerla y fomentarla. Cambiaremos como países y sociedades solo cuando aceptemos la riqueza como un ideal positivo, no algo vergonzoso. Cuando nuestros gobernantes entiendan que facilitando la riqueza se genera más riqueza y se combate la pobreza. Cambiaremos cuando nuestros colegios y universidades estatales siembren valores empresariales y no semillas de rechazo y protesta contra todo lo que huela a derecha. Cambiaremos cuando el discurso político, en lugar de condenar al rico, lo invite a invertir, a producir más y hacerse más rico, porque así los pobres tendrán más trabajo y podrán también un día ser ricos.

Solo así Latinoamérica dejará de esconder su rostro dentro del poncho sucio y roto del subdesarrollo. Solo así el patrón gringo, europeo y asiático dejará de pegarnos. Solo así la verdadera distribución de riqueza a los más necesitados pasará de gastados discursos y falsas promesas a la práctica.

jueves, abril 07, 2005

¿Quién me ha robado el mes de abril?

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

La alegría de ver a nuestra selección empatar con Perú me la quitó de un golpe la imagen y los insultos del honorable Omar, listo para estrangular a algún diputado. Era solo el comienzo de todo un combo de sorpresas que nos esperaba.

De un solo toque, el Pichi absuelve a su pana, que desde su tarima grita, canta, llora, insulta. Mientras tanto, Lucio se lava las manos, como si aquella visita a Panamá nada tuviese que ver con todo esto. Y cuando queremos, cual Condorito, gritar: ¡Exijo una explicación!, aparece Alvarito con su elegante dicción y brillantes ideas con las que pretende guiar el destino de este infortunado país.

Y es ahí cuando nos preguntamos, como la canción de Joaquín Sabina, “¿Quién me ha robado el mes de abril, cómo pudo sucederme a mí?”. ¿En qué momento caímos tan bajo? ¿Qué hemos hecho para merecer esto?

Podemos buscar culpables en los Lucios y Omares que nos gobiernan hoy, en los pasillos de Carondelet, el Congreso, la Casa Blanca y el FMI. Podemos apuntar con el dedo al centralismo, al regionalismo, a nuestra burocracia dorada, a nuestros banqueros en fuga, nuestros militares con privilegios excesivos. Podemos hablar de izquierdas y derechas torcidas, dueños del país destructivos, oligarquías opresoras. Podemos, en fin, apuntar a tantos culpables hasta llegar a Colón y reclamarle a los conquistadores por la explotación y el oro que se llevaron. Pero, al final y al comienzo de todo llegamos a lo esencial: que estamos como estamos y hoy vivimos los atropellos que vivimos porque en este país nunca se ha invertido en educación.

Suena sencillo decirlo. Siempre lo decimos: que la educación debe ser la prioridad de nuestros gobiernos, que sin educación no hay futuro, que solo educándonos progresaremos. Sin embargo, nadie hace nada al respecto. Gobierno tras gobierno han despilfarrado el dinero que correspondía a libros, maestros y bancas: gobiernos mentirosos que juraron reducir el tamaño del Estado y que al final, con tal de evitarse la fatiga de huelgas y reclamos capitalinos, conservaron el trabajo de hasta el último burócrata; gobiernos sin pantalones que se dedicaron a besar algo más que la mano de los militares, evitando reorganizar las Fuerzas Armadas y acabar de una vez por todas con todos sus privilegios desmedidos; gobiernos que no enfrentaron a la UNE y las mafias de nuestra educación, evitando indefinidamente la ruta hacia un pueblo educado y libre. Hoy todos se espantan con nuestra realidad política y social, olvidando que para llegar tan bajo fue necesario primero sembrar las semillas de ignorancia que dieron vida al árbol torcido con sus frutos podridos. Lucio es el gran culpable de nuestros males actuales, pero Lucio no hubiera llegado al poder en un Ecuador educado.

Hoy somos el resultado de una sucesión de gobiernos que escogieron el camino fácil. El cambio vendrá solo con la decisión firme de invertir en nuestra educación. Los fondos para educarnos están ahí, en los sueldos y privilegios de las verdaderas oligarquías del país: la burocracia y las Fuerzas Armadas. Mientras nuestros gobiernos no se atrevan a dar el paso firme, acabar con clientelismos y privilegios e invertir de verdad en la educación de nuestra gente, seguiremos con Pichis, Lucios y Abdalás en el poder. Y nos lamentaremos, como hoy, por el mes de abril que nos están robando.