jueves, marzo 24, 2005

La carretera

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

La carretera a la Costa es una vitrina de males centralistas que nos avergüenza ante cualquier turista y pone en riesgo nuestras vidas cada fin de semana. La muerte nos espera ansiosa en cada cambio de carril repentino, cada cráter y cada puente que no existe. Y lo malo es que, como con tantos otros abusos, nos hemos acostumbrado y ya ni protestamos. Atravesamos resignados esta pista de obstáculos mientras más de un burócrata incompetente recibe su sueldo cada mes allá en las alturas del Ministerio de Obras Públicas.

¿Quién responde por los accidentes y muertes en la carretera? En el MOP nadie sabe nada, ya han dicho que la Amazonia es prioridad. La Comisión de Tránsito del Guayas y el Consejo Provincial han hecho lo que les toca y ahí se piensan quedar. Al final, nadie da la cara y peor aún la billetera por los accidentados y sus familias.

¡Y así pretendemos atraer al turista! Con cientos de carteles le vendemos cerveza, lo animamos a cuidar la naturaleza y hasta le deseamos en árabe Habibi 2005, pero no somos capaces de avisarle con la debida anticipación que está a punto de estrellarse contra una barrera de concreto o que por el carril que parece de una vía ya mismo viene un bus en dirección contraria.

Aplaudo que, aunque con retraso, esté avanzando la ampliación de la carretera y que finalmente se estén licitando los puentes que algún genio olvidó. Pero esto no significa que se puede descuidar la seguridad en la carretera hasta su conclusión. Existen formas civilizadas de conducir el tránsito en tiempos de construcción que obviamente no se han implementado aquí. ¿Valen tan poco nuestras vidas como para no invertir en algo más que pequeños letreros junto a cada sorpresivo cambio de carril o puente inexistente?

La señalización que la CTG y el Consejo Provincial han colocado no es suficiente. Aunque no sea su responsabilidad directa, la CTG y el Consejo deben implementar hoy mismo un plan masivo de señalización e iluminación en las zonas más peligrosas. No esos cartelitos tímidos y obstáculos anaranjados que avisan el accidente, sino carteles gigantes y brillantes que lo prevengan y anuncien: ¡cuidado, trampa mortal a 500, a 100, a 50, a 20 metros! La CTG y el Consejo dirán que ellos ya hicieron su parte y eso no les corresponde. Yo solo sé que deben protegerme como peatón y conductor, y si esperamos que el MOP y sus ministros hagan algo por la seguridad en las carreteras costeñas, empezará a crecer maleza entre el asfalto. Mientras unos se pasan la pelotita y otros se lavan las manos, cada fin de semana estamos más cerca de accidentarnos y otro turista, con el corazón en la boca del último frenazo a raya, jurará no regresar a nuestras playas. La CTG y la Prefectura pueden y deben protegernos ahora.

La carretera a Salinas, junto a otras obras relegadas como el puente Carlos Pérez Perasso, muestra una vez más la ineficiencia y el peligro de nuestro centralismo. En un Ecuador descentralizado, donde los proyectos locales no dependiesen de la voluntad de algún burócrata de turno en su escritorio capitalino, estas obras estarían celebrando otro aniversario de construcción y progreso, y no de estancamiento, olvido y peligro. En este Ecuador ideal, turistas y locales viajaríamos tranquilos este fin de semana a nuestras playas y más de una familia no lloraría muertes y accidentes innecesarios.

jueves, marzo 03, 2005

Guayaquil por el país

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Nuestra identidad guayaquileña pesa cada día más, en especial en estos tiempos en que renace nuestra ciudad y el tema de la autonomía despierta de su siesta. Cada vez nos emociona más un “¡Viva Guayaquil!” que un “¡Viva el Ecuador!”. La tarde de la gran marcha por Guayaquil las banderas tricolores quedaron olvidadas en nuestro pequeño cajón nacionalista, esperando el próximo partido de fútbol de la selección para volver a flamear.

No hay nada de malo en sentirse guayaquileño o quiteño o cuencano antes que ecuatoriano. Estamos en nuestro derecho de acoger nuestra identidad más cercana, la que nos representa mejor, sea esta nuestra familia, gremio, ciudad, país o cualquier otra. Portamos, según la ocasión, distintas banderas con los colores de nuestra identidad, que idealmente deben complementarse para flamear juntas. Gritar a todo pulmón un gol de Barcelona hoy no impide que mañana gritemos un gol de la selección. De igual forma, el apoyo incondicional a la ciudad y lo local no debe excluir el apoyo al país y lo nacional.

Sin embargo, pareciera como si el grito por Guayaquil nos aleja a veces del grito por Ecuador. Como si la bandera de nuestra identidad guayaquileña flameara incómoda junto a la ecuatoriana. Como si al decir autonomía pensáramos en separación; y no todo lo contrario, integración del país a través de la autogestión de sus ciudades y regiones.

Vamos por el camino equivocado cuando nuestra identidad guayaquileña no se complementa con la ecuatoriana. Cuando la camiseta tricolor nos queda bien solo con algún triunfo deportivo o artístico, pero nos aprieta en el ámbito político. Cuando pensamos que el éxito de Guayaquil solo se da separado del país y no con el país y por el país.

No equivoquemos nuestra lucha. Cuántas veces he escuchado decir que Guayaquil no necesita del resto del país, que Guayaquil estaría mejor solo y totalmente independiente. Guayaquil necesita del país y el país necesita a Guayaquil. No confundamos la lucha por la autonomía como una lucha contra Quito. Todo lo contrario. Esta es la lucha por Quito, por Cuenca, por Manta, por el país contra el centralismo y su burocracia privilegiada. Esta es la lucha por darle a cada región el manejo de sus recursos para tomar sus propias decisiones y ejecutar sus propios planes. La lucha para jubilar de una vez por todas al burócrata parásito que se engorda del centralismo ineficiente. La lucha por la autonomía que une al país, al permitir a cada ciudad y región trabajar juntos sabiendo que cada uno maneja lo suyo, y no como hoy, separados y en conflicto al saber que otro se lleva lo que no le corresponde.

Avancemos hacia la autonomía con una visión integradora, una visión nacional. Guayaquil será más ciudad si Ecuador es más país. Que el grito de ¡Viva Guayaquil! vaya siempre unido al de ¡Viva el Ecuador! Que los guayaquileños miremos más allá del Guayas y el Daule, trabajando con los colores del país en nuestra mente y buscando la autonomía en beneficio de Guayaquil y el país entero, y no de Guayaquil a pesar del país. Y que el Gobierno trabaje por el progreso de Costa, Sierra, Oriente y Galápagos a través de un plan de descentralización y autonomías regionales integral. Solo así hablaremos de un Ecuador unido y de una identidad tan ecuatoriana como ya lo es guayaquileña.