lunes, mayo 18, 2020

Obeso y borracho

El Gobierno parece dar marcha atrás con los impuestos que pensaba clavarnos. No lo hace porque de repente se ha dado cuenta de su error. Lo hace ante la presión y las críticas que generó esta criminal decisión de meternos la mano en el bolsillo durante la peor crisis del país.

Este modelo no da más. Pero el Gobierno pretende, como si nada pasara, que sigamos pagando y manteniendo los privilegios de un sector público obeso y caduco, manchado por una inmensa corrupción.

Lenín nos emocionó al comienzo. Logró importantes cambios en lo político, empezando por desmantelar a ese nefasto correísmo que lo puso en Carondelet. Pero el poder le quedó grande. Y aquí seguimos, en este país secuestrado por un abusivo gasto público para mantener ministerios, secretarías, institutos, agencias de control, agencias de regulación, consejos, superintendencias que sobran. Para pagar sueldos a ministros, subsecretarios, directores, asesores, asistentes de asesores, coordinadores, expertos en inventarse e imponer reglamentos, regulaciones, controles, disposiciones, acuerdos, oficios, trámites, normas, siempre mal redactados en documentos kilométricos que cumplen la sagrada misión de nuestro sector público: aparentar cambios para que todo siga igual, resolver problemas que ellos mismos generan, bloquear cualquier intento de hacer las cosas bien. Lo sencillo, lo obvio, lo claro no va con nuestro sector público. Su misión es complicarlo y trabarlo todo para justificar su existencia.

Este Estado borracho de despilfarro y corrupción no puede recibir ni un centavo más de ayuda de los trabajadores. Ni un impuesto más. Ni una “contribución” adicional. Pagar más impuestos en estos momentos no es asunto de solidaridad, ni de salvar al país, ni poner el hombro. Pagar más impuestos solo le hará daño al Gobierno, dándole un respiro para postergar nuevamente los recortes drásticos que debe hacer al gasto público.

Nos hemos acostumbrado a pagar impuestos, tasas y aranceles absurdos sin esperar nada a cambio. Nos hemos acostumbrado a pagar más del 20 % de nuestro sueldo al IESS sabiendo que nunca recibiremos el nivel de atención médica por el que hemos pagado y que nunca nos llegará una jubilación decente. Pagamos por una educación y salud pública que no usamos. Aceptamos el robo del Estado como lo normal. Pero ya estamos cansados. No vamos aceptar nuevos impuestos ante la incapacidad de este Gobierno de reducir, pero de verdad, el tamaño del sector público que el correísmo criminalmente aumentó.

Esta crisis nos ha abierto los ojos. Vemos con mayor claridad el modelo de Estado podrido que soportamos. Pero no vemos muy desesperado a este Gobierno por hacer los cambios urgentes. Parecería que solo quieren que pase rápido el tiempo, llegar a mayo del próximo año sin levantar mucho polvo.

Hace unos años el correísmo quiso vendernos el cuento de que los problemas del país los trajo el terremoto. Ahora nos dirán que todos nuestros males son culpa de la pandemia. Sabemos que no es así. El desastre ya venía desde antes. El modelo correísta de ese Estado obeso, proteccionista y lleno de trabas no ha cambiado.

El coronavirus no enfermó al país. Ya estábamos en terapia intensiva antes de esto. Y este gobierno solo ha mostrado su incapacidad para salvarnos. 

lunes, mayo 04, 2020

La seducción del toque de queda

¿En qué momento nuestra libertad y derechos pasan a segundo plano? Esta pandemia parecería demostrar que muchos, alrededor del mundo, prefieren perder su libertad y que otros los controlen a cambio de sentirse a salvo. Aceptamos y nos acostumbramos a que un político decida por nosotros. Nos asusta la libertad.

Prohibir es fácil. No hay mérito detrás de una medida que restringe derechos y libertades. Es la forma más sencilla de dar la impresión de acabar con un problema sin encontrar una solución real. Lo preocupante es que una mayoría parece aprobar estas restricciones. ¿Por qué quitarlas entonces?

Acá ya lo hemos vivido. Nos han prohibido comprar licor los domingos, con la excusa de reducir la violencia que su consumo genera. Nos prohíben llevar a un pasajero en la moto, con la excusa de que la mayoría de robos se realizan cuando dos personas van juntas. Las restricciones por “nuestro bien y nuestra seguridad” se imponen sobre nuestras libertades. Si mañana, ante el aumento de la delincuencia en las noches, nuestras autoridades impusieran un toque de queda, ¿lo aceptaríamos también?

Con esta pandemia, hemos dado un cheque en blanco a nuestras autoridades en todo el mundo para que limiten nuestras libertades. Y ciertos políticos parecen competir por quién restringe más. Aceptamos en silencio toques de queda exagerados o la prohibición de trabajar aunque lo hagamos guardando todas las medidas de seguridad. Algunos hasta parecen disfrutarlo, convirtiéndose en policías de su barrio, listos para denunciar al primero que salga a pasear a su perro. Otros incluso exigen a las autoridades que sean más estrictas, que prohíban más.

Sí, estos no son tiempos normales. Muchas de las medidas han sido necesarias. La pandemia y sus peligros son reales. Las autoridades tienen una enorme responsabilidad y presión. Deben lidiar con la enfermedad, las muertes, la crisis económica, y hasta amenazas de juicios por las decisiones que toman o dejan de tomar. Pero eso no justifica prohibirlo todo sin considerar el efecto de las restricciones. No justifica tomar decisiones improvisadas basadas en percepciones. Han optado por el camino fácil de encerrarnos a todos para que después no digan que por su culpa alguien enfermó o murió. No han buscado el balance justo entre nuestra seguridad y libertad.

Hay que combatir esta errada idea de que restringir más es gobernar mejor. El mejor gobierno es aquel que impulsa una sociedad más libre. Un día, al mirar atrás, seguramente lamentaremos cómo las decisiones políticas hicieron más daño que el virus.

“Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo” se titula la carta firmada por Mario Vargas Llosa junto a expresidentes y líderes preocupados por gobiernos que “toman medidas que restringen indefinidamente libertades y derechos básicos”. Hemos probado ese mundo con el que sueñan los gobernantes autoritarios. Cuidado nos gusta. A ellos, ya sabemos que les encanta. Nada tan seductor como el poder y control que da un toque de queda.

Este receso que hemos dado a nuestra libertad a favor de la salud debe acabar pronto. Cuidado se hace costumbre. Ojalá entendamos que la única política que trae bienestar es aquella que protege y garantiza nuestra libertad individual. El resto es un placebo.