lunes, diciembre 17, 2018

El irresistible encanto del proteccionismo


Hace pocas semanas los taxistas de Quito salieron a protestar contra Uber y Cabify. Pretendían el “bloqueo definitivo” de estas plataformas.

En ese caso, casi todos tenemos claro que estas plataformas internacionales solo traen beneficios. Entendemos que los taxistas en lugar de protestar deben mejorar su servicio, adaptarse a los nuevos tiempos y competir. Que proteger a los taxis no es el camino. Que todos ganamos con la apertura, la libre competencia, la modernidad.

Pero hay otros casos que no son tan claros para muchos. El bicho proteccionista nos mete el cuento de “defender” al trabajador local, a la industria local contra la diabólica influencia extranjera, o peor aún proteger la cultura e identidad local, excusa que siempre asoma a la hora de pedir privilegios para un sector.

Estos días, a propósito de las reformas en la Ley de Comunicación, se discute la permanencia del artículo 98. Ese artículo obliga a las empresas a contratar a productoras locales para hacer su publicidad y “prohíbe la importación de piezas publicitarias producidas fuera del país por empresas extranjeras”.

Muchas productoras locales piden que ese artículo se mantenga. El argumento es que la ley las ha ayudado a desarrollarse y profesionalizarse. Que gracias a esa ley, fotógrafos, actores y camarógrafos locales tienen más trabajo. Claro, a costa de mayores costos en publicidad y, sobre todo, a costa de la libertad de las empresas para elegir cómo manejan su comunicación.

“Si se elimina la ley, muchos productores, fotógrafos, actores quedarán sin trabajo” leí por ahí. Es el mismo argumento de los taxistas: defiéndanme prohibiendo lo extranjero. Cerrarse al mundo como receta de crecimiento. Así podemos ir de industria en industria, pidiendo protección y privilegios, mientras afectamos la libre elección del consumidor y los precios se elevan ante la falta de competencia.

Si entendemos el daño que causa el proteccionismo en los taxis, deberíamos entender el daño que causa en cualquier industria. Mantiene privilegios, aumenta precios ante falta de competencia, elimina incentivos para mejorar el servicio, y lo más importante, va en contra de la libertad del consumidor de elegir el producto o servicio que prefiera. Quien escoge un producto o servicio local que lo haga porque así lo prefiere, no porque una ley lo obliga a hacerlo.

Debemos desterrar el proteccionismo de nuestro ADN si queremos salir adelante. Dejar de llorar porque las empresas gringas o las chinas o las alemanas son muy grandes y poderosas y no podemos competir contra ellas. Si no podemos competir en un sector, dediquémonos a industrias donde sí podamos competir o encontremos ese nicho, ese espacio, donde podemos ser mejores, diferentes, originales.

Dejemos de creer que nuestro sector o nuestra profesión es especial y merece protección. Bienvenidos los incentivos, no la protección. Incentivos que nos motiven a invertir, a crecer, a competir con el mundo. No restricciones y protecciones que obligan a consumir lo local y cerrarnos al mundo.

Ningún sector es especial. Ningún sector merece protección del Estado que limite la libertad del consumidor. Ni por asuntos de “identidad y cultura nacional”, ni por “asuntos estratégicos”, ni nada. El sector que puede competir saldrá fortalecido ante esa competencia internacional. Lo demás es queja tercermundista.



lunes, diciembre 03, 2018

Diezmados


Parece que para la vicepresidenta María Alejandra Vicuña nada tiene de malo que su exasesor le depositara en su cuenta bancaria personal el diezmo que le exigían para mantener su trabajo.

Es que esa plata no era para ella, era para su organización política, Alianza Bolivariana Alfarista (ABA). Y como esa organización no tiene RUC ni cuenta bancaria, o sea ni existe, a ella le tocaba hacer el sacrificio de prestar su cuenta personal para recaudar ahí las cuotas obligatorias de sus empleados bolivarianos.

Para ella, como para Correa y todos los de su especie, nada tenía de malo exigir a los empleados públicos que aportaran al partido político parte de su sueldo, pagado con nuestros impuestos. Eso pasa cuando se borra la línea entre Gobierno, Estado y partido como ocurrió durante la década diezmada. Para ellos, las tres cosas son lo mismo. Los recursos del Estado son del Gobierno y son del partido. Un empleado público no es un funcionario estatal. Es un empleado de su partido político al que le deben lealtad, obediencia y, por supuesto, su diezmo obligatorio.

Si ese diezmo para engordar las cuentas del partido político en el poder ya es un acto descarado y vergonzoso, ni hablar del diezmo para engordar las cuentas personales de una autoridad pública.

Esa práctica de asambleístas de redondearse un mejor sueldo pidiendo una tajada del ingreso de sus asesores es hace años un secreto a voces. Tal vez se justificarán diciendo que no les alcanza el sueldo que ganan por levantar la mano. Sentirán que, si otros compañeros de gobierno atracan al Estado por millones, ellos merecen al menos su pequeña tajada. Que necesitan ganar más y sus empleados y asesores deben apoyar.

Por eso la acusación contra la vicepresidenta en realidad no me sorprendió mucho. Ni sorprende tampoco que no tenga la decencia de renunciar a su cargo, como lo haría en cualquier sociedad civilizada un funcionario público frente a tal escándalo.

La buena noticia es que las cosas han cambiado en algo. Si estuviéramos en la década correísta, el presidente hubiera negado de inmediato todas las acusaciones contra su vicepresidente, hubiera acusado a la prensa corrupta de persecución y le hubiera clavado un juicio y una multa al periodista y al medio que se atrevieron a publicar la noticia. Y la Secom hubiera metido hasta en la sopa una cadena nacional demostrando la inocencia del acusado y los intereses macabros de los acusadores.

Ahora, con Lenín Moreno existe, al menos en apariencia, mayor institucionalidad e independencia de poderes. Después de las denuncias contra Vicuña, el presidente indicó que las instancias competentes determinarán si existen o no responsabilidades.

Pero no podemos olvidar que fue Lenín quien propuso a Vicuña para la vicepresidencia. Desperdició la gran oportunidad de reemplazar a Glas con un candidato serio, decente, preparado, respetado por todos. Optó por la solución política fácil.

Nunca es tarde para corregir errores. Si las cosas siguen su curso, Lenín tendrá, seguramente, otra oportunidad de escoger un buen compañero de fórmula. Y si de verdad hay institucionalidad e independencia de poderes, los corruptos del diezmo deberán enfrentar la justicia, no solo abandonar sus cargos. 


lunes, noviembre 19, 2018

La libertad ante todo


Mario Vargas Llosa pasó por Guayaquil sembrando su optimismo. Llegó invitado por Ecuador Libre y el Instituto Ecuatoriano de Economía Política, fundaciones dedicadas a promover las ideas de libertad. Vargas Llosa no vino a hablar de sus novelas, ni sus personajes. Vino a hablar de su otra pasión: la defensa de la libertad. Y, sobre todo, habló de su último libro La llamada de la tribu. En él presenta su biografía intelectual y política, desde que era un joven marxista hasta llegar al liberal de hoy. La lectura y estudio de varios autores le hicieron cuestionar sus creencias y principios y le mostraron que la libertad es el único camino hacia la prosperidad.

Vargas Llosa lo ha logrado todo como escritor e intelectual. Podría descansar tranquilo, dedicado a leer y pasarla bien. Pero a sus 82 años continúa viajando, dando entrevistas y discursos para promover las ideas de libertad. “La libertad es el valor supremo… ella es una sola y debe manifestarse en todos los dominios –el económico, el político, el social, el cultural– en una sociedad genuinamente democrática”, escribe en su último libro.

Vargas Llosa es un liberal en todos los sentidos. Defiende el libre mercado, la libertad de expresión, la democracia, la libertad religiosa, así como la legalización de las drogas, el derecho de una mujer a abortar, el derecho de los homosexuales a casarse y adoptar niños. La libertad individual, ante todo.

Y así como defiende la libertad es enemigo del fanatismo, por ello aclaró que el liberalismo no pretende imponer una sola línea de pensamiento. Y condena con firmeza el estatismo, los populismos, las dictaduras, los nacionalismos y todo aquello que limite esa libertad individual. “Nada representaba tanto el retorno a la “tribu” como el comunismo, con la negación del individuo como ser soberano y responsable, regresado a la condición de parte de una masa sumisa a los dictados del líder… que resucitaba las peores formas de la demagogia y el chauvinismo”, escribe en su libro. Acá conocemos bien a esas tribus sumisas que se dejan seducir por el líder demagógico. Conocemos bien los peligros de la tribu.

Por eso es tan importante su mensaje, para abrir los ojos y mentes de quienes todavía creen en cuentos socialistas, que se oponen al capitalismo que tanto bienestar les ha dado, que condenan el libre comercio con argumentos nacionalistas, que pretenden que un Estado sobreprotector les solucione la vida, que se dejan seducir por el populista antiimperialista de turno. Todo eso que debería estar sepultado, sigue vigente en países como el nuestro. Sigue siendo una amenaza en nuestra vida política.

Las ideas liberales de Vargas Llosa quizás no son nuevas. Siempre han estado aquí para que las apliquemos. Pero estas ideas cobran mayor relevancia cuando un intelectual de su talla las promueve.

Vargas Llosa terminó su discurso con un mensaje optimista: por primera vez los países pueden elegir ser pobres o ricos. Pueden elegir ser prósperos. El camino ya está marcado. Ya sabemos cómo lograrlo. Basta seguir ejemplos como los de Chile o Hong Kong: apertura al mundo, libre mercado, instituciones fuertes, justicia independiente. Suena sencillo, si solo votáramos por quienes están dispuestos a seguir ese camino.