lunes, septiembre 28, 2020

Nuestra Gran Hermana

Un hombre descansa en una banca del parque junto a su amigo. De repente, una voz le habla desde el más allá: “El señor con la camiseta con dos rayas negras, póngase la mascarilla”. El hombre reacciona asustado. Se coloca de inmediato una mascarilla. La voz continúa: “No se la saque, señor… Quédese con la mascarilla puesta para salvar su vida… Gracias. Lo saluda Cynthia Viteri”.


A Cynthia le gusta controlarnos. Nuestra Gran Hermana quiere vigilarnos y limitar nuestros pasos. Y qué mejor que un estado de excepción para ejercer ese control sobre la gente. Grave consecuencia de esta pandemia: normalizar el control de nuestras vidas, las restricciones a nuestras libertades.


En otra banca, en otro parque, una pareja conversa. Noche romántica en la ciudad. Están solos. ¿O, lo están? “Ciudadanas y ciudadanos, les recordamos que están siendo monitoreados por las cámaras ojo de águila. Comunicamos que están infringiendo la ordenanza municipal sobre el uso obligatorio de mascarillas para circular en espacios públicos. Evite ser sancionado por las autoridades competentes”. La voz desanimada de un funcionario rompe la magia del momento de quienes creían compartir un momento privado. En Guayaquil alguien siempre vigila tus pasos.


En esta cuarentena que finalmente termina no faltaron las restricciones y errores municipales. Desde el comienzo, la alcaldesa marcó el que sería su papel restrictivo. Bloqueó la pista del aeropuerto impidiendo que aterrizara un avión que venía a recoger extranjeros atrapados en la ciudad. Gravísima y peligrosa decisión. Luego, ante el anuncio de un plan piloto de retorno a las aulas, Cynthia Viteri negó tajantemente la libertad de los padres de familia y estudiantes para decidir sobre sus propias vidas: “No habrá clases presenciales en la ciudad de Guayaquil en este año lectivo… Escuela que abra sus puertas será clausurada”. Y cuando ya acababa el estado de excepción, en lugar de dar paso a la apertura, decidió mantener la ridícula restricción vehicular e incluso intensificar controles con fuertes sanciones y multas. Tal fue el caos vehicular y el rechazo que este control produjo, que debió dar marcha atrás de inmediato y permitir la libre circulación de vehículos.


Al final del día, Cynthia Viteri no es distinta a muchos políticos en el mundo. Hizo lo fácil, lo popular. Restringir libertades para dar una sensación de seguridad en la población. Más aplausos genera una autoridad que restringe que aquella que defiende la libertad de la gente para tomar sus propias decisiones.


Cynthia Viteri tiene el carisma, la energía, la inteligencia para ser una gran alcaldesa. Puede ser la abanderada de la libertad en una ciudad que durante muchos años se acostumbró a los carajazos, a las restricciones, al “prohibido pasar”, al “no pisar”. Pero en esta pandemia Cynthia ha escogido el camino contrario. No confió en la capacidad de cada persona para tomar sus decisiones y escogió ser la gran hermana que controla nuestras vidas.


Nunca es tarde para cambiar el rumbo del Municipio. Todavía están a tiempo de construir esa ciudad que sí cree en sus ciudadanos y apuesta por su libertad.




lunes, septiembre 14, 2020

Dormir tranquilo

El mundo da vueltas. Los abusos se pagan. Tarde o temprano caen los sinvergüenzas.


El correísmo le hizo un daño terrible al país. Despilfarró el dinero que teníamos y el que no teníamos. Esfumó miles de millones de dólares en corrupción. Sus nuevos ricos exhibían sus lujos sin pudor. Correa eliminó las fronteras que dividen al Estado del Gobierno y al Gobierno del partido. Se adueñó de todo. Hizo y deshizo a su antojo. Él mismo aseguró ser el jefe de todos los poderes del Estado. Y sí que lo era. Bajo su mando se sometían todas las funciones. Eso de la independencia de poderes no iba con él y su gente. Así, Correa persiguió a periodistas, medios de comunicación y opositores que se atrevían a contradecirlo y criticarlo. Utilizó fondos públicos sin control gobernando en un permanente estado de excepción, un estado de corrupción. Utilizó la maquinaria del Estado en beneficio de sus caprichos. Y en el camino envenenó a la sociedad ecuatoriana con su discurso populista, de lucha de clases, fomentando el odio y la división.


Ahora ha ocurrido lo que era impensable hace pocos años. Se ha ratificado la condena de ocho años de prisión contra Correa por corrupción y ha quedado inhabilitado políticamente. Su rostro desencajado, vía Zoom, es el mejor recordatorio de que el poder es pasajero. Correa se creyó invencible, como lo creen tantos políticos y poderosos en la cima de su poder. ¿Será que los poderosos e intocables de hoy, de mañana, esos que se enriquecen pensando que la justicia no aplica para ellos, entenderán al ver a Correa que su poder tiene fecha de expiración?


Quienes soportaron la persecución y abusos de Correa hoy celebran la justicia. En especial los periodistas y medios que aguantaron ataques, aquellos a quienes allanaron sus casas y oficinas, los intimidaron o enjuiciaron sin ninguna posibilidad de defenderse. Correa está pagando más que un caso puntual de sobornos. Está pagando el resultado de diez años liderando un gobierno manchado de abusos, despilfarro y corrupción. Creyó, tal vez, que como Chávez o Fidel moriría en el poder sin enfrentar la justicia. Los cálculos les fallaron.


Ahora reclaman y nos quieren hablar de justicia quienes entregaban a los jueces en un pen drive las sentencias ya redactadas. Ahora cuestionan la velocidad del proceso en su contra quienes abusivamente condenaron a toda velocidad a este Diario por un artículo que molestó a su majestad. Al final queda la satisfacción de que haya sido un reportaje de los mismos periodistas que Correa persiguió lo que inició el proceso en su contra.


Correa ha caído. No así el populismo, la demagogia, el criminal socialismo del siglo XXI y sus variantes. Por eso estas elecciones son cruciales para enterrarlo, votando por el cambio en nuestro país. Por ahora, nos queda al menos el buen sabor de ver que nadie está por encima de la ley. Ni aquellos que alguna vez fueron la ley.


Ojalá este episodio sirva de lección para futuras generaciones de políticos. Que el destructivo paso del correísmo por nuestra historia no sea en vano. Que entendamos que los abusos y la corrupción se pagan. Que al final no hay nada como poder dormir tranquilo.