lunes, junio 18, 2018

Karma


“Karma”, “se les viró la tortilla”, “el mundo da vueltas”, dice la gente por ahí. El que persiguió sin piedad, poniendo al Estado a su servicio, ahora se dice perseguido. Los que abusaron, insultaron y reprimieron, ahora se dicen acosados y maltratados.

“Cada uno da lo que recibe, y luego recibe lo que da”, canta Jorge Drexler. Y tiene razón. Pero el gobierno de Lenín Moreno debe tener cuidado de no caer en eso. De no devolver las mismas patadas que el correísmo nos dio.

Sí, Correa y su mafia se apoderaron de todas las instituciones del Estado para usarlas y abusarlas a su antojo, para callar a opositores y perseguir. Sí, la corrupción correísta se lo llevó todo. El mismo Correa se enriqueció sin pudor con convenientes juicios y sentencias como la del Banco Pichincha. Sí, Correa mandó a su casa de un mantelazo a los diputados para instalar esa Asamblea Constituyente con la que inició su reinado. Sí, el correísmo fue una década nefasta, llena de abusos y violaciones a la ley.

Pero eso no justifica caer en lo mismo.

El reciente comunicado oficial del Gobierno a los asambleístas, para que se autorice el juicio a Correa, tiene esas ínfulas tan correístas de pretender imponer la voluntad presidencial. En el comunicado se “rechaza la actuación de aquellos asambleístas que se presentan como morenistas y al mismo tiempo no actúan de acuerdo a los principios de transparencia y justicia”. Y habla del “momento histórico” que exige “demostrar quiénes quieren un cambio verdadero y vivir una democracia plena o quiénes quieren solapar y esconder las vergonzosas actuaciones del pasado”.

El comunicado califica de “morenistas” a los asambleístas afines al régimen, volviendo a ese peligroso culto a la persona, por encima de las ideas o principios. Al puro estilo correísta, el mensaje es “o están conmigo, o están contra mí”. Hasta se refiere al “momento histórico”, clásica frase de la demagogia correísta para justificar sus abusos.

Por ahí no va la cosa. Los problemas no se resolverán cambiando un caudillo por otro. La Asamblea no debe actuar de una manera determinada porque Lenín lo exija, sino porque es lo correcto.

El poderoso Consejo de Participación Ciudadana transitorio debe ser también muy cuidadoso. Debe descorreizar las instituciones con la ley en mano, con razones que sustenten sus decisiones, no porque tienen el poder o así lo quiera la mayoría. Suficiente ya tuvimos de “somos más, muchísimos más” como excusa para imponer la tiranía de la mayoría contra derechos individuales.

No podemos aplaudir la violencia contra asambleístas y exfuncionarios correístas, por muy detestables que ellos sean, ni por todos sus insultos y la violencia que ellos motivaron hace pocos años. Aplaudamos cuando la ley los haga responder por sus actos. Hay razones de sobra para que Correa y su grupo enfrenten la justicia y terminen en prisión.

El Gobierno ha puesto al correísmo en el banquillo. Que no pierda el control. Que el poder no se le suba a la cabeza. Que no reemplacen simplemente a personas. Que reemplacen el caudillismo y el abuso por la institucionalidad, la justicia, la ley, los pesos y contrapesos. Que acaben con el círculo vicioso.



lunes, junio 04, 2018

Recordar el miedo


“Correa era algo así como un acosador colegial, un adolescente que hace bullying a todo el país”, dice Santiago Roldós en Propagandia, el revelador documental de Carlos Andrés Vera. Propagandia nos refresca la memoria de esa historia reciente, de ese bullying que aguantaron periodistas, medios de comunicación y opositores, de ese cinismo impresionante con el que Correa y sus aduladores abusaron de su poder.

Muchos vivieron y sufrieron directamente ese abuso correísta. El periodista Juan Carlos Calderón cuenta en el documental de la inverosímil demanda por 10 millones de dólares que Correa le puso por el supuesto daño moral que el libro Gran Hermano le causó. Martín Pallares, periodista que recibió constantes ataques, relata cómo sus hijos pequeños le pedían que ya no siguiera hablando. El documental nos recuerda también los niveles absurdos de prepotencia institucional como cuando se exigió a Bonil que rectificara una caricatura por no “corresponder a la realidad”. Los complejos y la desvergüenza gobernaban por encima de la razón o la decencia.

Y gobernaba el miedo. Como el que relata Martha Roldós cuando a su hija “le pusieron dos veces una pistola en la cabeza”, o cuando “no solo yo, muchos periodistas y activistas fuimos las curiosas víctimas privilegiadas de ataques reiterados de supuestos maleantes”. O el miedo que sintió María Paula Romo cuando “me tumbaron la puerta de mi casa y la pusieron en la mitad de la sala”. O el que sintió Ruth Hidalgo, de Participación Ciudadana, cuando a su hijo de 17 años la Senain lo seguía y le tomaba fotos. Para otros ese miedo terminó en tragedia. El documental nos recuerda a quienes murieron asesinados en circunstancias no aclaradas: José Tendetza, dirigente indígena y activista antiminero; el general José Gabela, quien denunció corrupción en la compra de helicópteros; Fausto Valdiviezo, periodista que denunció la corrupción en los medios públicos.

Propagandia revive los abusos constantes de esa Ley de Comunicación que “creó todo un aparato burocrático para perseguir y sancionar periodistas”; por ejemplo, con la interrupción casi diaria de noticiarios con cadenas para dizque rectificar información. Revivimos también episodios vergonzosos como cuando “un niño de 14 años le hace mala seña a la caravana presidencial y otro niño de 50 años, que además es el presidente de la República, detiene la caravana para reprender a quien le ofendió”; o la forma perversa como en las últimas elecciones presidenciales, el Gobierno puso a todo el aparato estatal de comunicación y coerción al servicio de su candidato y en contra del opositor.

Al final, los abusos del Gobierno, la aplicación arbitraria de la Ley de Comunicación, la constante intimidación a medios, periodistas y cualquiera que criticara a Correa, nos llevaron a la autocensura. Las mayores verdades fueron las que no salieron al aire, las frases y artículos que escogimos no publicar, los tuits que borramos antes de enviar, no vaya a ser que disgusten al Mashi. Callamos para evitar ser perseguidos o atacados en la próxima sabatina.

“Después de diez años de un estado de propaganda queda en la sociedad una herida muy difícil de curar”, concluye Propagandia. Diez años de abusos que debemos recordar y sancionar, para que no se repitan, para vivir libres y sin miedo. Diez años que este documental hará más difícil olvidar.