jueves, octubre 27, 2011

Pero somos populares


Si soy popular y la gente me quiere, nada malo puedo estar haciendo. Mis actos están justificados en mi gran aceptación. Así se resume buena parte de la postura del Gobierno ecuatoriano estos días en la OEA.

Nuestro secretario de propaganda invasiva dijo en CNN que a pesar de que se ha señalado a Ecuador y Argentina como países donde está en riesgo la libertad de expresión, “los votantes han dicho totalmente lo contrario. El presidente Correa goza a nivel de América de la más alta popularidad y credibilidad… y eso significa que hay una gran respuesta del pueblo ecuatoriano frente a ciertos demandantes de una supuesta amenaza contra las libertades y la libertad de expresión en el Ecuador”.

Según nos cuentan entonces, como la mayoría de ecuatorianos apoya a Rafael Correa, cualquier atropello o abuso será ignorado o perdonado. La popularidad como escudo e inmunidad.

En su discurso en la OEA, de esos que provocan una terrible vergüenza ajena, Ricardo Patiño también se refirió a la popularidad de su jefe. El “canciller” evadió el tema central y repitió el discurso oficial, con sus acusaciones acostumbradas. Habló de créditos entregados, impuestos recaudados, educación, salud, vivienda y carreteras, y nos recordó la alta aprobación de la que goza Correa.

No importa lo que digan los organismos internacionales, ni los tratados, ni que todos los medios serios alrededor del mundo rechacen el abuso del presidente contra periodistas con juicios millonarios en cortes parcializadas. Mientras el presidente conserve su popularidad y su poder sobre todas las funciones del Estado, acá todo va bien. No aceptarán su atropello. Seguirán con sus demandas y sus millones, ciegos al ridículo que hacen afuera de las fronteras.

La popularidad de Correa no es coincidencia ni locura. Se la ha ganado. Patiño resumió en su discurso las razones: una gran inversión en distintos sectores claves que mejoran la vida de muchas personas. A ello hay que añadir un presidente en constante campaña recorriendo el país, y una poderosa maquinaria propagandística, que sabe vender y manipular información, crear enemigos convenientes según la situación y mantener un constante clima de campaña electoral.

Pero esa popularidad tiene un alto costo. La creciente burocracia y despilfarro representan un gasto cada vez más insostenible. El Gobierno ecuatoriano es ese padre irresponsable que gasta más de lo que tiene con las tarjetas de crédito sangrando por llenar a sus hijos de regalos. ¿Cómo no querer a un padre así? Si falta plata no importa. Carlos Marx se encarga de meter nuevos impuestos a las mismas personas y empresas que ya pagan la mayoría de impuestos. El cálculo político es sencillo: de todas formas gran parte de esos pagadores de impuestos ya son opositores del Gobierno. No hay problema en continuar exprimiendo a los mismos contribuyentes, aunque al final se afecte a todos los ecuatorianos.

Tranquilos. En Ecuador hay libertad de expresión porque Correa es popular y ha gastado mucho en mantener feliz a la gente. Mientras estemos contentos, los abusos pasan a segundo plano. El problema es de unos pocos periodistas y organismos internacionales que por gusto se quejan. A quien diga lo contrario, le dedicamos la próxima cadena.

jueves, octubre 20, 2011

“Tanques por jueces”


“La novedad entre dictadura abierta y sistema autoritario en democracia es que hemos pasado de los tanques y los soldados en la calle a la judicialización de la política que ha sustituido tanques por jueces y metralletas por fiscales”. Lo dijo Carlos Mesa, expresidente de Bolivia, en la reciente Asamblea de la SIP en Perú. Describió así la situación en países como Ecuador y Venezuela, donde se utiliza al sistema de justicia como arma contra nuestra libertad y derecho a expresarnos.

Como ya estamos acostumbrados, el Gobierno ecuatoriano fue la vergüenza en esa Asamblea que reúne a los diarios del continente. Los ataques del Gobierno a periodistas y medios, en particular las demandas de Correa contra EL UNIVERSO y los autores del libro El Gran Hermano, recibieron el rechazo esperado.

Mesa dijo también: “Se aplican modelos autoritarios con celofán democrático. Se caracterizan, sin excepción, por limitar la libertad de expresión. Los medios han sido acorralados y no tienen otra posibilidad que responder políticamente frente a la acción política de limitación de sus libertades”.

Algunos critican este papel de los medios. Dicen que los medios no deberían hacerle el juego al Gobierno asumiendo ese rol de opositor político. Pero, ¿puede un medio quedarse cruzado de brazos y no asumir una postura frente a estos ataques? También argumentan que en lugar de criticar a los gobiernos, la mejor forma como los medios pueden responder es con más y mejores investigaciones y reportajes de calidad ante los que el Gobierno no tenga argumentos.

De acuerdo. Pero ahí están los autores de El Gran Hermano defendiéndose ante un juicio millonario del presidente justamente por un trabajo de investigación. El ataque del Gobierno no hace diferencia entre artículos de opinión, críticas o periodismo investigativo. Su ataque es contra el periodismo en general y nuestra libertad para cuestionar al poder. Los medios no pueden ser indiferentes ante ese ataque.

Mientras en Lima se discutía sobre medios, periodismo y libertad, el gobierno de Venezuela multaba con más de dos millones de dólares a un canal de televisión por transmitir una cobertura que molestó al régimen chavista. Veo en la televisión al director del Conatel venezolano justificar esta millonaria multa diciendo que “se demostró el fomento [del reportaje] a la zozobra en la ciudadanía y se demostró el odio y la intolerancia por razones políticas”. Y no puedo evitar escuchar como un eco la voz del abogado de Correa, repitiendo que se ha demostrado hasta la saciedad que existió injuria, y que se ha demostrado quiénes son los culpables, y que se ha demostrado esto y lo otro. Pero lo único que realmente queda demostrado es el poder que tienen estos gobiernos para que sus jueces y autoridades “demuestren” cualquier disparate.

Hoy no vemos tanques ni metralletas en las calles. No hay periodistas torturados ni desaparecidos. Los tiempos han cambiado, somos más civilizados y esos abusos no serían tolerados. Ahora, nuestros regímenes autoritarios son más sofisticados. Callan a los medios recurriendo a la “justicia”, su propia justicia. Todo un show que legitime su abuso. Ha cambiado la envoltura. Pero en el fondo, usando tanques o jueces, son los mismos gobiernos.

jueves, octubre 13, 2011

¿Steve Jobs en tierras socialistas?


Hace algunos años, estuve en una conferencia del escritor de novelas de terror Stephen King. Quien lo presentó dijo que en la mayoría de hogares de Estados Unidos se podían encontrar dos cosas: una Biblia y un libro de Stephen King. Ahora, junto a esos libros, encontraremos con seguridad algún producto creado por Steve Jobs.

Ante la muerte de Steve Jobs, Yoani Sánchez, bloguera cubana y vecina de esta página, escribió: En Cuba hubieras sido un gran incomprendido, un apartado… Nací en una sociedad donde el talento y el deseo de innovar pueden ser penalizados políticamente. Pero tú me inspiraste.

La versión cubana de Steve Jobs hubiera escapado de la dictadura de los Castro en la primera balsa disponible, y seguramente hubiera tenido éxito como empresario en Miami. Pero en Cuba, como escribe Yoani, lo hubiesen visto como una amenaza. No hubiera resistido una vida bajo ese régimen totalitario enemigo del libre emprendimiento.

Las palabras “innovador” y “emprendedor” acompañan cualquier descripción que leemos sobre Steve Jobs. Empezó de cero. No tenía una familia con dinero ni un título universitario. Pero tenía ideas, ganas, inteligencia y un espíritu emprendedor. Y algo más: vivía en un país y una sociedad libres, donde la innovación, el emprendimiento individual y la generación de riqueza son admirados y respetados, no una razón para ser atacado.

¿Cómo le iría a un Jobs ecuatoriano en estos tiempos revolucionarios? ¿Lo tacharían de pelucón y oligarca por haberse convertido en millonario? ¿Intentarían frenar la producción de iPads o gravarlos con un impuesto especial por dominar el mercado? ¿Le habría metido juicios el SRI por algún supuesto incumplimiento de impuestos? ¿Recibiría la visita del Ministerio de Relaciones Laborales por tercerizar la producción de sus equipos con empresas chinas o el diseño de aplicaciones con desarrolladores independientes? ¿Tendría que hacerse amigo de las autoridades para evitarse trabas burocráticas?

Afortunadamente Steve Jobs estuvo en el lugar correcto. La creatividad, la innovación, el emprendimiento necesitan de un ambiente de libertad individual y reglas claras, donde uno pueda dedicarse a sacar adelante sus proyectos, sin tener que preocuparse por cambios repentinos en las leyes ni de un Estado metiche que sospecha del éxito individual.

Nuestro Gobierno tiene programas y campañas que apoyan la innovación y nuevos emprendimientos. Pero de poco sirven bajo un régimen ultraestatista con un ambiente adverso a la riqueza y al sector privado. Los jóvenes que salen de nuestras universidades, más que en nuevos negocios o empresas, encuentran hoy mejores oportunidades laborales como empleados del creciente sector público. Y ya sabemos que ahí la innovación y emprendimiento se aniquilan casi por definición.

Este Gobierno debe meditar bien la clase de sociedad que está formando. No es una sociedad de emprendedores, sino de nuevas generaciones que esperan que el papá Estado les dé de comer en la mano. La constante exaltación a lo estatal y colectivo y la satanización de lo privado e individual, de poco sirve al emprendimiento y generación de riqueza. Parece que para el Gobierno el emprendimiento pequeño, microempresarial, artesanal es bueno. Si crece mucho se vuelve malo.

Miles de Steve Jobs cubanos han emigrado y hoy generan riquezas en otras tierras. ¿Se quedarían acá?


jueves, octubre 06, 2011

Detalles irrelevantes


Dijo este sábado que la prensa se concentra en “detalles irrelevantes”. Que en lugar de reportar lo importante, se enfocan en pequeñeces. Por ejemplo, en su reacción frente a una señora mientras recorría el hospital Eugenio Espejo de Quito. “¡No me empuje señora, está hablando con el presidente de la República; usted me vuelve a empujar y la mando detenida!”, le advirtió enojado ese día.

Dijo también el sábado “yo no soy Rafael Correa, soy el Presidente de los ecuatorianos”. ¿Estará perdiendo esa capacidad de desdoblarse que tan útil le resultó en su juicio contra El Universo?

Yo no creo que sea un detalle irrelevante que Rafael Correa amenace con detener a una señora que se le acerca a reclamar la falta de medicinas. Demuestra su personalidad que tanto mal le hace a este país y ese convencimiento de estar por encima del resto. Lo vimos también en Nueva York. Luego de su discurso en la Universidad de Columbia, le salió el Hulk ante la primera pregunta que lo incomodó. “Usted es un mentiroso” fue su cultísima y muy académica respuesta.

No creo que exageraba Correa cuando en ese mismo discurso dijo que “nosotros somos la verdad”. Ese complejo de infalibilidad con el que pasea su inmenso poder este Gobierno, les hace creer que están por encima del bien y del mal, y con derecho a todo.

El problema no es lo que reporta la prensa. Los periodistas nos cuentan las historias que las figuras públicas generan. Si tanto hablamos de Correa es porque él así lo ha querido. Porque ha eliminado la línea entre Estado, Gobierno y presidente. Él es el Gobierno. Él es el Estado.

En un régimen caudillista todo gira alrededor de una persona. El caudillo ordena y sus funcionarios agachan la cabeza y dicen pegue patrón. Lo vimos justamente en esa visita al hospital. Correa llega al hospital a revisar que su emergencia en el sector de la salud esté avanzando. Se muestra ante las cámaras como el líder que personalmente atiende todos los problemas. Si algo falla, llama la atención en público a sus ministros. Lo importante es armar el show. Que el Cholito y Bonafont se encarguen de vendernos por televisión el maravilloso país donde todos tienen la atención que reclama la señora.

Hay que reconocer, eso sí, la gran habilidad del presidente para desligarse de cualquier culpa. Con más de cuatro años en el poder, más de lo que ha gobernado cualquiera de los últimos presidentes, los problemas del Gobierno nunca tienen que ver con él. Son de otros. De gobiernos pasados, de la prensa que reporta todo mal, de la oposición que no lo deja trabajar, de funcionarios ineficientes; o de cualquier nuevo enemigo que decidan vendernos en cadena nacional. Él solo gobierna con sabiduría y magnanimidad.

Mientras en este país todo se concentre en su caudillo, sin institucionalidad ni real división de poderes, la política seguirá girando en torno a él. La noticia es él. Y aquellos “detalles irrelevantes” se vuelven cada vez más relevantes. Nos cuentan un buen pedazo de la historia de fondo de lo que realmente está pasando.