jueves, enero 26, 2006

Mi Papapá

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador

El pediatra de tantos guayaquileños, el Dr. Gómez Lince, mi abuelo, o mi Papapá como le decimos sus nietos, terminó su camino por esta ciudad, donde curó y protegió a tantos niños. Y dejó el mar de Salinas donde cada fin de semana huía a pescar.

Yo lo recuerdo, al igual que muchos de sus pacientes, con su saco blanco. Recuerdo sus manos ásperas, el palito de madera ahogándome, las inyecciones tan odiadas, y los caramelos tan esperados. Recuerdo a las mamás nerviosas con sus hijos enfermos en la sala de espera. Nerviosas pero con la confianza de que todo iba a estar bien en manos de mi Papapá. Y sobre todo, lo recuerdo fuera de su consultorio, en su hamaca frente al mar de Salinas, fumando un cigarro, conversando de viajes y amigos, y discutiendo de política, del país y los sinvergüenzas que nos gobiernan.

En estos días en los que he vuelto a escuchar a muchos hablarme maravillas de mi abuelo, de su dedicación a su profesión, de su entrega a sus pacientes, de sus valores y su rectitud, me he puesto a pensar sobre lo que hace especial a las personas, lo que las hace imprescindibles. Desde chico me acostumbré a escuchar historias de quienes orgullosos me contaban: “yo estoy vivo gracias a tu abuelo” o “tu abuelo le descubrió una enfermedad extraña a mi hija, y le salvó la vida”. Y ahora que muchos fueron a despedirse por última vez de su doctor pude ver en sus ojos la tristeza de quien pierde a un maestro y un ejemplo.

¿Qué lo hizo especial a mi Papapá? Al fin y al cabo, simplemente hizo bien su trabajo: atender y curar a los niños. Pero cómo más de uno me lo recuerda, se diferenció y sobresalió por su entrega honesta y sin frenos a sus pacientes. Esa entrega que iba más allá de su consultorio, sus horas de trabajo y el dinero para atender a quien lo necesitara, donde lo necesitaran. Por eso lo respetaron y quisieron tanto.

Dedicación y honestidad. Dos características del trabajo bien hecho. Parecería sencillo hacerlo. Pero, ¿lo hacemos todos?

Las personas no se van del todo. Quedan en la memoria de quienes continuamos el camino. ¿Qué tipo de recuerdo dejaremos cada uno de nosotros? Mi abuelo puede descansar tranquilo. Nos deja el recuerdo de su gran labor como médico, su incansable trabajo durante seis décadas, la salud de quienes viven gracias a su entrega y sus conocimientos, y su rectitud con la que caminó por la vida.

Más de una vez he escuchado “ya no hacen hombres como tu abuelo”. Yo creo que los siguen haciendo. Es más difícil encontrarlos entre tanta basura. Pero están entre nosotros en las empresas, en la medicina, en el arte, en los deportes y si buscamos bien, hasta en la política. Son esos hombres y mujeres los que deben guiar este país, y no permitir que la maleza humana lo destruya.

Mi abuelo enorgulleció a muchos. Sería bueno sentir ese orgullo por quienes dirigen el destino de este país. Esos hombres y mujeres existen. Asegurémonos que no pasen de largo. Hoy se ha ido uno. Seguro descansa entre las olas del mar pescando un picudo enorme.

jueves, enero 19, 2006

En busca del país aburrido

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador


Sería bueno vivir en un país aburrido. Un país en el que los diarios no tuvieran tanto escándalo político que reportar. Un país como Suiza o incluso Chile, con partidos políticos formando alianzas en beneficio de la mayoría, políticos predecibles e instituciones sólidas.

Ecuador no tiene nada de aburrido. Siempre hay algo que comentar, algo por qué quejarse, alguien a quien culpar, más de una razón para querer largarse. Rara vez pasa una semana sin un escándalo de última hora. Los televisores amanecen con nuevas denuncias, acusaciones y estupideces políticas.

Sería bueno que la política en el país se volviese tan aburrida como la de Guayaquil. En Guayaquil llevamos ya varios años de continuidad, sin sobresaltos, sin escándalos, sin insultos, sin discursos interminables sobre lo que se debió hacer y no se hizo, sin ese típico folclore político tercermundista. Los noticieros locales nos hablan de nuevas obras por construirse, de obras y proyectos entregados... como debe ser. Las emociones las reservamos para el ámbito privado. Lo público cumple con su trabajo, es predecible, estable y se lo siente poco.

Llegan las elecciones y nos emocionamos por saber si se lanza fulano, que si pactan tales partidos, que si será año de outsiders o insiders. Y es que nuestro futuro como país depende, en gran medida, de quien duerma en Carondelet. En los países aburridos no importa realmente quién gane las elecciones. Sus instituciones y leyes son tan sólidas que ni el peor presidente puede destruirlas.

Veo a Chile, un país cada vez más aburrido y predecible. Dos buenos candidatos disputaron la presidencia. Los chilenos no votaron por el mal menor, ni escogieron entre su supervivencia o su naufragio. Votaron entre buenas opciones que garantizaban continuidad. Nada de sobresaltos, emociones, ni preocupaciones. Chile ha alcanzado ese punto ideal de gozar de gobiernos continuos, estables y aburridos. Veo a Estados Unidos, otro país aburrido en donde sin importar quién gobierne –y eso que ahora han caído bajo– las cosas continúan su marcha. Las instituciones fuertes, los gobiernos locales estables y la tradición democrática sobreviven a los gobiernos de turno. Ni el mismo Lucio podría hundir hoy a Chile o Estados Unidos si fuera su presidente. Países con política cambiante y emocionante como Ecuador, Perú o Bolivia no pueden decir lo mismo.

En este país difícilmente podemos aburrirnos entre cenicerazos en el Congreso, Pichis en la Corte, bailes presidenciales, pintorescas cadenas nacionales, insultos, órdenes de prisión, destituciones, intentos de golpe, en fin. Eso de la estabilidad, reuniones civilizadas, alianzas entre partidos, apoyo al Gobierno y trabajo sin escándalos aburre demasiado, y parece que a nuestros políticos no les interesa.

Los verdaderos cambios vendrán acompañados de un cambio de actitud y estilo. La actual administración de Guayaquil demuestra que la buena política es la aburrida, la que no ataca, la que hace su trabajo sin grandes poses ni discursos interminables, la que llega a acuerdos, la que construye, la que pasa más tiempo en su escritorio y menos frente a un micrófono. La política no debe entretenernos como una montaña rusa; debe servirnos, mejorar nuestro nivel de vida, y pasar desapercibida. Necesitamos líderes aburridos en el buen sentido de la palabra, para alcanzar gobiernos serios, estables, predecibles, y aburridos en el mejor sentido de la palabra.

miércoles, enero 18, 2006

Revista la U - Enero 2006

Ya está circulando la U de Enero!



En esta edición:

- El Personaje: Carlos Mora, listo para la U.
- Deportes y aventura en temporada.
- ¿Cómo alcanzar el trabajo ideal? - Preparando tu hoja de vida.
- El lUk en bikini y con tabla de surf por la Victor Emilio.
- Anécdota: Una noche tras las barras.
- Reviews de discoteca, bar, restaurante, cine, CD, etc.
- Noticias de por allá y de por aquí.
- CuestionariU a Joaquín Martínez, rector del TES.
...y mucho más.

Para mayor información o publicidad escríbeme a manueligomez@yahoo.com. Para colaborar con artículos, fotos, ideas o comentarios escríbenos a revistalau@yahoo.com.

jueves, enero 12, 2006

Pateando al perro

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador


Estamos acostumbrados al abuso. El abuso del que no hace la cola porque es demasiado importante para esperar como el resto. El del chofer del bus para quien la carretera asfaltada es solo una sugerencia a seguir, pues siempre que pueda aprovechará el “carril” de tierra y baches al costado, cubriendo a todos con una nube de polvo y poniendo en peligro la vida de los pasajeros. El del político y funcionario público que está exento de la ley, porque él es alguien, o amigo de alguien, para quienes la ley no se aplica por igual.

Una vez, en la época del gobierno de Abdalá Bucaram, yo esperaba mi turno en la cola del aeropuerto. Un Ministro se presentó a última hora, sin reservaciones. Cuando el empleado de la aerolínea le informó que el vuelo estaba lleno y no había cupo, el flamante funcionario enfureció, llamó a su guardaespaldas y le dijo: “Arréstame a este señor”. Este sacó su arma y obedeció la orden. Al entrar al avión lo encontré al Ministro y su esposa cómodamente sentados en primera clase. Y aquí no pasó nada.

Unos más, otros menos, pero todos participamos de alguna forma de la cultura del abuso, en la que pasarse la cola o aprovechar las conexiones no tiene nada de malo. Cuando me saqué –o me obligaron a sacar– el nuevo carné militar que me califica como inhábil con la respectiva autorización de su alteza, las Fuerzas Armadas, para salir del país, decidí hacer la cola y no recurrir a tramitadores. Mientras esperaba mi turno, al menos cinco personas se pasaron la fila acompañadas de un militar-tramitador que decía una de esas típicas frases de nuestro Tercer Mundo: “Atiéndame a este muchacho que viene recomendado de arriba”. Así, el muchacho sacaba su documento antes que todos y nadie protestaba. Seguramente todos habíamos hecho lo mismo alguna vez y no teníamos derecho a protestar.

Los abusos a pequeña y gran escala se frenan con reglas de juego claras. Claro, que también necesitamos cambiar de actitud y educarnos mejor. Pero primero se debe crear el ambiente para que no existan abusos. Vayan al SRI o a un banco y vean cuántos se pasan la cola: muy pocos, no porque quienes hacen la cola sean más educados o respetuosos, sino porque el sistema está organizado de tal forma que no hay necesidad de romper las reglas, y si alguien quiere romperlas tendrá problemas. Los buses no tendrían opción de abusar en carreteras bien construidas con vigilantes haciendo su trabajo. Los empresarios no tendrían que recurrir a coimas y palancas en un Estado que facilitara los trámites y los negocios, en lugar de poner trabas y excusas. Y nuestros políticos, funcionarios y oscuros personajes que entran pateando al perro donde sea, respetarían la ley y su turno si los jueces la aplicaran por igual para todos.

Con reglas claras, transparentes y para todos, conduciremos por nuestro carril, haremos la cola, completaremos los trámites sin padrinos, y pagaremos la multa que debemos. Hasta eso, la ley seguirá siendo para todos, menos cuando no nos conviene. Y ya sabemos que a algunos rara vez les conviene.

jueves, enero 05, 2006

El Estado "solidario"

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador

Diciembre, mes oficial del tarjeteo, quedó atrás. Ahora a pagar. Con esto de las cómodas cuotas mensuales nos tomamos a pecho eso de disfrutar hoy para pagar mañana. Gastamos sin miedo esperando que el próximo año no ocurra ningún imprevisto que nos impida pagar las cuotas a tiempo.

Con el país sucede algo parecido. Nuestros gobiernos disfrutan hoy para pagar quién sabe cuándo. Vivimos en un eterno diciembre en el que mientras haya crédito, hay plata que gastar. Gastemos hoy y que paguen mañana los próximos gobiernos.

En nombre de la solidaridad, esa palabrita que tantas cosas buenas debería significar, nuestros eternos amantes de un Estado papá despilfarran el dinero de todos en programas “sociales” con fondos que terminan en sueldos burócratas, subsidios supuestamente para el pueblo, y “estudios” para justificar la existencia de consultores y consultorías. A mí, por ejemplo, este generoso Estado solidario me subsidia todos los días el agua caliente en mi casa y me permite cocinar con un gas baratísimo. Miles de taxistas, cocinas de restaurantes, piscinas temperadas y peruanos agradecen al Estado por este gas solidario.

La “solidaridad” de los estados retrógrados crea programas y subsidios que derrochan el dinero que debería ir al pueblo en buena educación y salud. Perpetúa instituciones decadentes como el IESS con la excusa de atender a los más pobres, impidiendo la libre competencia con el sector privado que garantizaría un mejor servicio. Mantiene monstruos estatales como Pacifictel y rechaza que empresas pasen a manos extranjeras en nombre de nuestra “soberanía” (otra palabra favorita de los amantes del Estado omnipresente). Y rechaza el TLC y la apertura de los mercados para preservar nuestra “seguridad nacional” y otros conceptos con oscuros tintes nacionalistas que nada tienen que ver en el asunto.

¿Quieren un verdadero Estado solidario? Redúzcanlo al mínimo necesario. Que sea un Estado promotor y regulador. No interventor y paralizador. Un Estado que garantice la libertad y bienestar de los ciudadanos y no los sueldos inflados de unos cuantos empleados del Gobierno. Un Estado que pague lo que debe y no gaste más de lo que gane. Que no tarjetee hoy para que otros paguen mañana.

Como individuos sabemos que las deudas personales se pagan, no se transfieren. Pero el país tarjetea sin miedo y le pasa la factura a las siguientes generaciones. Este Gobierno débil de transición aprueba presupuestos inflados para mantener un estilo de vida falso que pagarán los que vengan después. En lugar de facilitar el siguiente gobierno, lo complica. Nuestro Estado obeso, omnipresente y “solidario” se endeuda irresponsablemente para que sus hijos favoritos no pierdan su trabajo.

En estas elecciones que se acercan, desconfiemos de esos candidatos a quienes les encanta lanzar a las cámaras palabras como solidaridad, soberanía y dignidad nacional. Y escuchemos con atención a quien hable de eficiencia, producción, libre competencia, mercado, y reducción del tamaño de este Estado que hoy nada tiene de solidario. Salvo que este nuevo Ministro de Finanzas sepa ajustarse los pantalones y decir que no, el Estado “solidario” de Palacio seguirá tarjeteando nuestro futuro. Y ni todo ese petróleo, tan bendito y tan maldito, servirá ya de mucho.