Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Artículo escrito para la Revista “Javier Deportivo” - Colegio Javier

Hoy que nos tomamos un trago con el recuerdo y reímos como si fuera ayer cuando nos graduamos hace diez años. Hoy que se ha ido la voz de gallo y en lugar de barba empieza a asomar la calva. Hoy que hemos pasado por universidades, noviazgos, amores, desamores, matrimonios, divorcios, hijos, triunfos, derrotas, satisfacciones, emociones.
Hoy que caminamos por la vida como artistas, empresarios, abogados, casados, solteros, hombres de derechas e izquierdas, ateos, creyentes, padres, hijos, esposos, amantes, jefes, empleados, profesionales, emigrantes. Hoy que trabajamos en países lejanos y en la vuelta de la esquina. Hoy que hacemos cuentas para llegar a fin de mes.
Hoy que entendemos que aquella frasecita “Al Javier se entra pero nunca se sale” es tan cierta como suena. Hoy que el tiempo borra lecciones pero no borra momentos. Hoy que en el fondo todavía tenemos quince años.
Hoy queda el Javier.

Y quedan las estrictas lecciones de Villegas, las lunáticas teorías de Reyes, las historias del Abogado Muñoz. Quedan los eternos sermones de Paquito, el delicioso y sospechoso sánduche de la madrina, la tarjeta amarilla de Alfredito, el relajo en el bus, la gramática de la Caballero.
Y quedan el debe y el haber de la Fray, y queda el workbook de la Servigón. El graffiti en los baños, la teología de Gustavo, el himno nacional de los lunes con Barriga. La rayita en los recreos, la corbata en los exámenes, el papel ministro de Salvador, las canciones de los curas argentinos, el sonido del timbre, las horas libres, las horas felices.
Y queda el remón de siempre pidiendo plata junto al bar, el gordo con su termo y sus sánduches que a nadie brindaba, los abusadores de sexto robándole k-chitos a los de primero. Quedan la tierra y las piedras en la cancha de fútbol y el sueño verde cuando solo era un sueño, la piscina que nadie usaba, el cigarrillo junto al bar y a escondidas, la aplastadera de la cola.
Y quedan los amigos que llegaron al final, los amigos que quedaron en el camino, los amigos que se fueron, los que volvieron, los que nunca más volvimos a ver, los que vemos siempre, los de las risas a carcajadas, los de los puñetes a la salida, los cómplices, los incondicionales.
Y queda la emoción del gol el sábado en la mañana, el sabor del mango en fundita a la salida, la sacadera de aire en clase con Pedro, el olor a sudor y la hoja que se pega al brazo después de un partido en el recreo. Queda la borrachera del viernes. Quedan las fiestas, las niñas, el baile, el deseo, los besos.

Y queda la sala de computación con computadoras que nunca prendían, los órganos disecados que alguna profesora nos hacía tocar, los fouls de los profesores que el árbitro nunca pitaba. Y queda la kermesse con las chicas y el rock, la fuga y la misa de primer viernes, el himno a la Dolorosa a todo pulmón, el grito de hora libre cuando el profesor no llegaba, las confesiones con Moreta de un padrenuestro y tres avemarías. Queda la camiseta, la ardillita, el uniforme concho de vino. Quedan los profesores, compañeros, los amigos.
En fin, queda una época. Quedan años mas sencillos cuando las puertas permanecían abiertas. Queda la adolescencia, la juventud, la esperanza. Quedan las ilusiones, los sueños, las ganas. Queda el Javier. Quedamos los javerianos. Mientras el resto seguirá pasando.