miércoles, noviembre 23, 2016

Recuperar la decencia

Respetuoso, educado, caballero, gran hombre, gran ciudadano. Son algunas de las palabras que se han repetido para describir al expresidente Sixto Durán-Ballén después de su muerte. Más allá de diferencias ideológicas o políticas, una gran mayoría de ecuatorianos siente por Sixto ese respeto que inspiran las personas honorables.

Recordar a Sixto nos ha traído también cierta nostalgia por tener un Presidente, uno de verdad, con mayúscula. Recuerdo a Sixto como un hombre que respetaba a los demás, a sus opositores, a la prensa, al ciudadano común. Que entendía y respetaba el valor e influencia de su cargo. Después de Sixto, la banda presidencial ha sido maltratada por varios de sus sucesores, hasta llegar al actual, que tras nueve largos años en el poder todavía no entiende lo que significa ser Presidente de un país.

Con el reciente triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos mucho se ha hablado sobre la política del espectáculo y el escándalo. Esa política convencida de que lo importante es que hablen de ti, bien o mal, da igual, pero que hablen de ti. Que lo que cuenta es estar 24/7 en los televisores, en las redes sociales, en la boca y la cabeza de la gente. Esa política tan vacía de contenido y decencia, y tan llena de odio, verborrea e irrespeto.

Correa, como Trump, ha practicado fielmente esta política populista del show y el escándalo. Ha denigrado la imagen del presidente. Sus constantes insultos, ataques, sarcasmos y burlas han llevado a niveles subterráneos la figura presidencial.

De Sixto a Correa hay kilómetros de diferencia. No veo a Sixto, por ejemplo, demandando a un banco por daño moral, para quedarse con más de medio millón de dólares en el bolsillo. Ni hablar de enjuiciar por millones de dólares a un diario y periodistas. Difícil imaginar a Sixto en un ambiente como el que este Gobierno ha creado en las sabatinas, diseñadas para echar lodo y desprestigiar a críticos y opositores.

Los defensores del correísmo dirán que es cuestión de estilos. Que Sixto es la figura del abuelo bonachón, mientras Correa es más apasionado y agresivo. Pero el estilo aquí es secundario. No extrañamos esa actitud más pacífica de Sixto. Extrañamos, sobre todo, esa calidad humana, esa educación, esa elemental ética que hoy se ha perdido en Carondelet.

Recuperar la decencia será una prioridad del próximo presidente. Hay razones para ser optimistas. Esta elección presidencial nos da la esperanza real de que la figura presidencial será respetada nuevamente. Nos da esperanzas de que esta época del insulto, de la infamia, de la falta de ética en Carondelet habrá sido solo un mal rato que se extendió más tiempo de lo programado, que finalmente quedará en el pasado.

El correísmo nos había hecho olvidar lo que es tener un Presidente de verdad. Sixto nos lo ha hecho recordar. Cuando él terminó su presidencia, dejó Carondelet, se fue a su casa y vivió tranquilo. ¿Podrá Correa hacer lo mismo?

Esperemos poder cerrar cuanto antes este mal capítulo político. Y que finalmente, luego de tantos años de espera, vuelva la decencia a la Presidencia.


lunes, noviembre 07, 2016

Hasta su último día

Pensé ingenuamente que a medida que se acercaba el fin de este Gobierno, Correa optaría por ser más respetuoso y tolerante. Que al menos en estos últimos meses se esforzaría por dar una imagen de demócrata. Por intentar borrar de nuestras memorias tantos abusos durante estos casi diez años.

Pero no. Estaba equivocado. Correa quiere dejar bien claro, hasta su último día de poder, que aquí nadie se mete con él.

Veo a Eduardo del Pozo, vicealcalde de Quito, siendo sentenciado a 15 días de prisión y a pedir disculpas públicas por el gravísimo delito de meterse con su Majestad. Correa demandó a Del Pozo por lastimar su honra, que ya sabemos es la más cara y mejor protegida del país. Lo que dijo Del Pozo en una radio no era nada nuevo. Nada que no se haya dicho o escrito antes. Pero Del Pozo es un político de oposición. Por eso debe ser intimidado y pasar una estadía en la cárcel. Para que aprenda a respetar, para que entienda que aquí solo el infalible y excelentísimo Rafael puede cuestionar y criticar públicamente a los demás.

A Del Pozo se unen otros que se han atrevido a tocar la delicada honra de Correa. Fernando Villavicencio, candidato a asambleísta, también enfrenta prisión y una jugosa indemnización a su Majestad. Esto de demandar por daño moral, en un país donde los jueces siempre fallan a tu favor, resulta muy rentable.

Cuando veo a Correa actuar como el típico caudillo abusivo, imagino a ese joven profesor universitario que salía a las calles junto con los forajidos a protestar contra el gobierno de Lucio. ¿Qué le diría el Correa forajido de ayer al Correa presidente de hoy? ¿Lo apoyaría? ¿Sería correísta? ¿Lo aplaudiría cuando rompe un diario, cuando insulta públicamente a un opositor, cuando interrumpe los noticiarios con sus abusivas “réplicas”? ¿Estaría de acuerdo con su control de todos los poderes del Estado y la nula fiscalización en su gobierno? ¿Qué diría de la corrupción en Petroecuador? ¿Apoyaría que Del Pozo y Villavicencio vayan a la cárcel?

Lo dudo mucho. Lo más probable es que el Correa forajido sería un activo opositor del Correa presidente. Que saldría a las calles a protestar contra su gobierno. Que criticaría sus constantes ataques a la libertad y derechos de la gente.

Es una lástima ver cómo el Correa forajido, en apariencia respetuoso, se convirtió en el caudillo prepotente e intolerante que hoy ocupa la Presidencia. El profesor universitario, cuyo poder se limitaba a aprobar o reprobar a sus estudiantes de Economía, pasó a controlar todas las instituciones y recursos de un Estado con una gigante bonanza petrolera. El poder se le subió a la cabeza. No supo manejarlo y hoy sufrimos las consecuencias.

Ahora que el fin de esta década abusiva se acerca, Correa pierde una última oportunidad de cambiar, respetando la libertad de los demás, sacando de nuestras narices el control del Estado, probando que aquí tenemos un presidente, no un monarca o un dictador. Su fiebre de poder solo parece agravarse con la cuenta regresiva. Continuarán sus abusos hasta el último día. Hasta ese esperado 24 de mayo, cuando finalmente llegue el cambio.