jueves, agosto 25, 2005

Con el Che en la camiseta

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Salen barcos llenos de esperanzas sorteando peligros en el mar. El hambre, el sacrificio y los riesgos del viaje, todo se aguanta ante la ilusión de alcanzar el sueño americano. Los sueños del joven azuayo no están en las calles de Cuenca sino en la avenida Roosevelt de Queens. La libertad, progreso y oportunidades en Estados Unidos atraen como un imán y no dan descanso a coyotes, aerolíneas y consulados. Una greencard vale más que cualquier tarjeta ilimitada. Pero mientras todo esto pasa, el gobierno gringo crea rechazo y Hugo y Fidel ganan adeptos.

Extraña paradoja. Latinoamérica emigra donde el Tío Sam vistiendo la camiseta del Che. Latinoamérica huye a Estados Unidos, pero alaba a Cuba y Venezuela. No veo barcos navegando a La Habana con emigrantes apretados en su interior. No veo aviones volando a Caracas con pasajeros que piensan quedarse. Sin embargo, cada día suenan más las voces a favor de Chávez. Y se escucha nuevamente la eterna cantaleta de que en Cuba nadie tiene hambre y todos gozan de buena educación y salud.

Fidel y Hugo saben vender sueños empaquetados en imágenes y discursos. Con demostraciones como la del “ejército de batas blancas” Latinoamérica les cree y empieza a hablar del éxito de Venezuela y el paraíso que es Cuba. Las pobres realidades de esos países no importan cuando sus discursos y sus actos transmiten esperanza a un pueblo desesperado. Hugo y Fidel serían recibidos hoy entre vivas y banderines. Pero claro, el próximo barco a Cuba saldrá vacío.

Bush Jr. y el gobierno gringo, en cambio, pierden la oportunidad de hacerse querer y avergüenzan al mundo. Su guerra en Iraq cada día apesta más a injusticia y muerte. Su doble discurso alaba el TLC y la integración para luego poner trabas a cualquiera que afecte a sus grupillos protegidos. Su arrogante y cuadrado ultraconservadurismo pretende evangelizar al mundo con una sola verdad, la verdad gringa. La positiva realidad de Estados Unidos pasa a segundo plano ante tanta noticia negativa que nos envían. Bush sería recibido hoy entre yucas y pifias. Pero claro, el próximo barco a Guatemala con destino final a Estados Unidos irá lleno a reventar.

Bush está perdiendo a sus aliados del sur por sus propios errores y arrogancia. Los gringos tienen argumentos y realidades de sobra para que Latinoamérica se convierta en su mejor aliado. Su tradición democrática, seguridad jurídica, oportunidades, igualdad de derechos, libertad de expresión, apoyo a la empresa privada, educación para todos, entre muchísimas virtudes más, son un ejemplo para Latinoamérica. Sin embargo, Bush no nos extiende la mano mientras Chávez nos abre los brazos. Latinoamérica encuentra aliados en quienes se ofrecen serlo. Y en Estados Unidos nadie contesta a la puerta.

Los barcos no van a la Habana ni a Caracas. Van a New York, a Miami, a Madrid, a Londres. Van a países donde las leyes permiten trabajar, hacer dinero y crear empleo. Pero la imaginación de Latinoamérica no sigue a los barcos, sigue discursos y sueños de uniforme y boina. Si Estados Unidos quiere que miremos arriba del Caribe que nos manden una señal. Que demuestren no en palabras sino en hechos que les importamos. De lo contrario Estados Unidos seguirá ganando inmigrantes y perdiendo aliados.

jueves, agosto 18, 2005

¿Tendrá razón el gringo?

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Un amigo gringo me contaba que había sentido una fuerte dosis de racismo y discriminación en su visita al Ecuador. No el tipo de discriminación que vivió su país, cuando los negros debían ocupar los asientos traseros de los buses; sino esa discriminación silenciosa presente en nuestra sociedad latinoamericana, donde el puesto que en ella ocupamos parece predeterminado por nuestros rasgos físicos y color de piel.

Le impactaba a mi amigo ver esta segregación natural entre razas. Como si unos estuvieran destinados a servir, mientras otros gozaran eternamente el placer de ser atendidos. Para él, es común ver en su país a personas pobres de distintas razas y orígenes superarse y que sus hijos se eduquen y logren una buena situación económica. Acá eso no sucede. La raza parece dictar que el que nace pobre muera pobre.

Le expliqué a mi amigo gringo que el racismo o discriminación que él cree ver no es sino una realidad social producto de la gran brecha entre ricos y pobres y de una condición que permanece desde tiempos de la Colonia. No es que se discrimine a quien realiza trabajos mal pagados, simplemente cada persona trabaja según su formación y habilidades.

El gringo aceptó la explicación, pero yo me quedé pensando. Si bien no creo que se discrimine a quien trabaja limpiando baños, la pregunta es si queremos que las cosas cambien y llegue el día que, como en los países desarrollados, se acabe el servicio doméstico o la mano de obra baratos. ¿O será que preferimos que todo siga igual, continuando con los privilegios del Tercer Mundo?

Puede que esto no sea discriminación, pero sí, en muchos casos, indiferencia y hasta complacencia por nuestra realidad social. Muchos disfrutan de las comodidades que trae la existencia de una gran población pobre con poca educación. Y no quieren que eso cambie.

Nuestra pésima educación pública es sin duda la gran culpable de este estancamiento que sufren los pobres. Sin educación no se avanza y la brecha entre pobres y ricos solo se agranda, perpetuándose esta división que mi amigo gringo ve como discriminación. Pero más allá de la falta de oportunidades, producto de una mala educación y descuido de nuestros gobiernos, la culpa es también de quien disfruta el subdesarrollo y el statu quo y no promueve un cambio.

Latinoamérica se seguirá blanqueando la piel y aclarando el pelo para ser aceptada mientras no exista un cambio de actitud, miremos más allá de los rasgos físicos y color de piel, y aspiremos a ver sentado en el puesto de gerente de una compañía a quien nació pobre y con la piel oscura. Mi amigo gringo tenía algo de razón. Nos hemos acostumbrado a la situación. El jefe quiere que el país progrese, pero que a su empleada tan eficiente no se le ocurra estudiar mucho para luego avanzar a un puesto mejor, que continúe en la cocina sirviéndolo. Queremos que el país progrese, pero que no nos quiten las comodidades del Tercer Mundo.

Que la raza predetermine el lugar que uno ocupa en una sociedad nunca debe ser lo normal. Mi amigo gringo dejará de sentir discriminación en nuestra sociedad el día que realmente luchemos para que esto cambie. El día que soñemos y trabajemos por un país en el que sea demasiado caro tener una empleada en casa.

jueves, agosto 11, 2005

Saber jubilarse

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Nuestros políticos tienen un problema: no saben jubilarse. Se creen indispensables para el pueblo que alguna vez los siguió y hasta idolatró entre barras, multitudes y triunfos electorales. Se aferran a sus partidos y al poder. No entienden que su eterna presencia ya no ayuda a nadie, que no son imprescindibles.

No solo en Ecuador, en toda Latinoamérica nuestros políticos han sufrido en estos últimos años de estos aires de grandeza. Ex presidentes se niegan a dejar el poder y han vuelto una y otra vez a la contienda electoral, empeñados en continuar dirigiendo el destino de sus partidos y países. En Perú, Bolivia y Ecuador los hemos visto ir y venir sin fin. Los mismos rostros de siempre que se niegan a ceder posiciones en sus partidos y a aceptar que su turno ha pasado.

Sería bueno que nuestros eternos políticos aprendieran de los presidentes gringos. Llegan a la Casa Blanca, hacen lo que tienen que hacer, a veces bien y a veces mal, y cuando llega el día de partir, hacen sus maletas y se van. Saben jubilarse de la vida política. Por tradición dan paso a la siguiente generación de políticos.

En Latinoamérica la tradición política parece dictar lo contrario. Que no se le ocurra a ningún nuevo líder ocupar mi lugar. En este país y en este partido mando yo y mandaré hasta mi muerte. Como antiguos dictadores ejercen el poder que su nombre les da y evitan que sus partidos crezcan y evolucionen. Al final, solo le hacen daño al país que dicen querer y defender. Y dejan huérfanas de nuevos líderes a las siguientes generaciones.

En nuestro país, lo normal sería que con el éxito de varios gobiernos locales, miles de jóvenes serios y preparados corran a enlistarse en las filas de los partidos políticos responsables de este éxito. Sin embargo, no veo ninguna cola en las afueras de las sedes de los partidos. Desconfiamos de los partidos políticos. En el Congreso los partidos hacen desaparecer cualquier orgullo que sentimos a nivel municipal. Mientras los mismos de siempre sigan a la cabeza, los jóvenes no se sentirán atraídos a los partidos. No ven cambio. No ven futuro.

La pasión por el poder de unos cuantos está matando a nuestros partidos latinoamericanos. Estas entidades que pudieron ser la base y el soporte de nuestra democracia son en cambio las trincheras de dirigentes vitalicios que se niegan a jubilar. Jóvenes serios, trabajadores y comprometidos con el país no se sienten representados, y prefieren mantenerse al margen de la política antes que tratar con los jefes políticos de siempre. Si bien algunos de estos eternos políticos se han jubilado finalmente, o dicen haberlo hecho, les tomó demasiado tiempo. Intentaron regresar al poder más de una vez, evitaron formar a nuevos líderes, y sus partidos quedaron con terribles vacíos.

Que llegue pronto el día en que se jubilen los eternos políticos latinoamericanos y empiece el cambio. Que no sigan sofocando a sus partidos y a sus países. Que se vayan a descansar. Que entiendan que sus países estarían mejor con su retiro. Que abran nuevos espacios. Perdieron la oportunidad de formar nuevos líderes que tomen la posta. Ahora lo mejor que pueden hacer por sus partidos y sus países es hacerse a un lado.

jueves, agosto 04, 2005

La camiseta

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Que me ponga la camiseta me pide el Presidente. Yo me la pongo feliz de la vida, pero primero que me explique nuestro médico en Carondelet qué camiseta me debo poner. La camiseta del país, la del orgullo nacional, me responderán en el Gobierno. La camiseta del cambio, de la nueva república, la nueva patria, me dirán. Yo sigo buscando este nuevo país, este cambio y todavía no lo encuentro.

El Presidente celebra sus 100 días, famoso numerito que sirve como plazo para pedirle primeras acciones y resultados. Y aunque aquella frasecita de “refundar la patria” siempre resultó difícil de creer y sonó más a grito desesperado para ganarse el cariño y evitar las pedradas de los forajidos, su sentido prometía algún cambio que seguimos esperando. Cien días son pocos para cambiar el país, pero son suficientes para indicarnos un norte.

Hoy tenemos la sensación de que avanzamos por inercia, donde nos lleve la corriente. La ausencia de noticias suele ser una buena noticia. Lucio se las arreglaba para estar en primera plana a cada rato y en la caricatura de aquí arriba con frecuencia. Incluso en estos días sigue tomando, o mejor dicho le siguen regalando, espacio en los noticiarios para continuar avergonzándonos. Nuestro nuevo Presidente, en cambio, se las ha arreglado para que los caricaturistas y los noticieros hasta cierto punto lo ignoren. ¿Es buena noticia esta falta de noticias? Este Gobierno no despierta mayores pasiones. No tenemos ni piedras ni flores en la mano para echarle al Presidente.

Entonces, volviendo a la camiseta, yo antes de ponérmela y saber si me aprieta o me queda floja, o si viene bien cosida, o con una manga más larga que la otra, necesito ver a mi Presidente ponérsela. Necesito que me muestre los colores y medidas exactas de su camiseta. Tengo una idea general de la talla de la camiseta en lo que a política exterior se refiere. También me han mostrado el color de la camiseta nacional en el área de economía, que aunque sea con tonos rojos como la boina de Chávez, al menos es un color definido que nos indica una intención. Del resto no estoy seguro. Ahí la camiseta pierde su forma y se convierte en un trapo descolorido. Ojalá que no nos sorprendan con una camisa negra como la de Juanes.

Si quieren que nos pongamos la camiseta, que nos la muestren primero. Que nos indiquen hacia dónde vamos. La camiseta celeste y blanco nos la ponemos sin problema. Sabemos y conocemos las medidas y colores de la camiseta municipal. Hay un norte, un plan, un camino recorrido y por recorrer en la ciudad. Pero la camiseta nacional que Palacio me invita a usar, todavía no la tengo clara. Solo sé que no es tan fea, desteñida, sucia y con huecos como la que Lucio dejó tirada en el piso nacional. Han recogido esa camiseta, echado en la lavadora y ha salido más limpia. Qué tanto más limpia, aún no sabemos.

Nos pondremos la camiseta del país con ganas, con orgullo y con esperanza cuando nos muestren su diseño correcto, o al menos un diseño. Cuando nos presenten un camino y un norte por el cual vestir los colores de este Gobierno. Mientras tanto, será difícil comprarle la campaña al Presidente.