lunes, diciembre 16, 2019

Nuestra persona del año


La revista Time ha nombrado a Greta Thunberg Persona del Año. La activista medioambiental sueca, de apenas 16 años, ha conquistado al mundo con sus denuncias contra el cambio climático y su estilo frontal al dirigirse a líderes mundiales. Greta despierta la admiración y simpatía de millones de personas alrededor del mundo preocupadas por el futuro de nuestro planeta. Y genera también grandes antipatías de quienes no ven en ella más que a la protagonista de un show mediático alarmista.

Más allá de las emociones y pasiones que pueda generar Greta, el hecho es que ha logrado a su corta edad un nivel de influencia mundial que muy pocos alcanzan en toda su vida. Ser la persona más joven en la historia en recibir esta distinción de Time no es poca cosa. “El cambio significativo rara vez ocurre sin la fuerza galvanizadora de los individuos influyentes, y en 2019, la crisis existencial de la Tierra encontró una en Greta Thunberg”, dijo el editor de la revista.

Mientras el mundo desarrollado reconoce a una defensora del medio ambiente, acá en nuestros países, siempre en vías y sueños de desarrollo, pensar en el medio ambiente es casi un lujo. Acá la gente está preocupada por cosas más elementales; por ejemplo, que los jóvenes que salen a protestar a las calles no le quemen ni saqueen su local comercial, como en Chile. O que el gobierno no suba impuestos ni quite subsidios, como en Ecuador. O que la corrupción y la inflación no se vuelvan a disparar por las nubes, como en Argentina. O que no les roben las elecciones, como en Bolivia. Nuestras necesidades son básicas. Es difícil preocuparse por el cambio climático para una mayoría que solo piensa en llegar a fin de mes o en conseguir un trabajo.

El título de la portada de Time dice: “El poder de la juventud”. Ver a esa juventud de Chile destruyendo todo a su paso deja claro que ese poder puede ir en cualquier dirección. Puede usarse para luchar por una causa, como Greta y tantos otros activistas que logran llamar la atención de manera pacífica. O para desprestigiar una causa convirtiendo supuestos reclamos en actos vandálicos y criminales.

¿Quién sería la persona del año en nuestro país y región? ¿Hay algún activista, líder o causa que merezca ser reconocido? Por lo pronto sabemos que esos jóvenes que confunden protesta con destrucción y violencia no lo merecen. Su supuesta lucha contra la desigualdad pasó de ser una causa a una excusa para generar el caos.

En nuestros países todavía hay causas demasiado básicas que siguen pendientes, causas que, en la Suecia de Greta o los Estados Unidos de la revista Time, ya no les quitan tanto el sueño. Causas como una educación de calidad, o un Estado favorable a la libre empresa, o instituciones sólidas y confiables, o un sector público donde la corrupción sea la excepción, no la norma. Causas elementales.

Termina un año donde lo simple sigue sin resolverse en nuestro país y región. Está vacante el puesto de persona del año para quien lidere esos cambios y causas tan básicos como trascendentales.


lunes, diciembre 02, 2019

La seducción de los flashes


Algo pasa cuando entran. Algo cambia en ellos. Tal vez son los carros blindados que se abren paso en el tráfico a toda velocidad. Tal vez son los múltiples asesores, los choferes, los funcionarios listos a decir a todo que sí, lo que usted diga, lo que usted disponga, usted tiene toda la razón, señor ministro. Tal vez son los viajes constantes, los aviones, los hoteles, los apretones de mano, la sonrisa para la foto, los flashes de las cámaras, los micrófonos esperando unas palabras, su repentina transformación en algo parecido a una celebridad. Tal vez son los miles de nuevos seguidores en las redes sociales, el equipo encargado de su imagen, de recomendarle qué corbata o qué aretes ponerse para la próxima entrevista. Tal vez es un poco de todo eso. Lo cierto es que algo cambia cuando entran al gobierno. Ya no son los mismos. Ya no piensan igual.

De repente, las ideas y principios que antes defendían con vehemencia ya no son tan importantes. Si antes su discurso y su lucha se centraban en el libre mercado, en reducir el tamaño del Estado, bajar impuestos, frenar el despilfarro y eliminar trabas, ahora eso como que se les va olvidando. Hablan con tono cada vez más político. Dicen que hay que mirar más allá de intereses particulares. Que los intereses de la patria están primero.

Dicen que es fácil criticar y exigir desde afuera. Que lo difícil es estar ahí dentro, en el gobierno, donde las papas queman. Y tienen razón. Siempre será más fácil ser oposición. Será más fácil criticar y juzgar las acciones del gobierno desde el sector privado, antes que meterse en el lodo del sector público e intentar cambiar las cosas desde adentro. Pero eso no justifica que dejen a un lado las batallas y los principios que antes defendían. Eso no le resta validez a las críticas.

De repente, casi sin notarlo, su causa principal es la defensa del gobierno al que ahora sirven. Pasan de enfocarse en las ideas y acciones que benefician al país y su gente, a enfocarse en aquellas que beneficien al gobierno. Y ya sabemos que los intereses del gobierno no son siempre los mismos del país. A veces son lo opuesto.

Hay que ser pragmáticos, dicen. Es muy fácil reclamar que se quiten impuestos o que se reduzca el excesivo gasto público, lo difícil es hacerlo ante la actual realidad política, insisten. Claro que es difícil. Pero para eso están ahí. Para intentarlo. Para hacer todo lo posible para lograrlo. Este es el momento para impulsar esas ideas de libertad que antes defendían. Para convertirse en el funcionario incómodo que enfrenta desde adentro los males del gobierno, en lugar de ser un funcionario más para la foto.

Seguimos creyendo en sus buenas intenciones, en sus ganas y capacidad para cambiar las cosas para bien. Por eso les exigimos más que a otros funcionarios. Pero el monstruo burocrático y el glamur de los flashes y el poder seduce, endulza y atrapa casi sin notarlo.

Están a tiempo. Aun pueden jugársela y generar esos cambios de los que antes tanto hablaron.