lunes, diciembre 28, 2020

Las risas del recreo

Querido Papá Noel: Este ha sido un año difícil y lo que más quiero es regresar al colegio. También quiero que se acabe esta pandemia. No quiero juguetes.


Así escribió, mi hijo de ocho años, su carta a Papá Noel. Después de meses sentado todos los días frente a una pantalla, alejado de sus amigos y las risas en los recreos, de tener que presionar un botón para poder iniciar una conversación, lo que más quiere en este mundo es volver al colegio. Sin embargo, para las autoridades parecería que el asunto no es tan grave. Y recién, luego de meses de lecciones virtuales, se empieza a hablar de un regreso parcial a clases. Ya las empresas, restaurantes, hoteles, supermercados habían vuelto a algo cercano a lo normal. ¿Por qué a los niños, a quienes más les afecta el encierro, les toca esperar?


Porque hoy las decisiones sobre nuestras vidas, sobre el bienestar de nuestros propios hijos, no las tomamos nosotros ni los colegios. Las toma el Gobierno, autoridades improvisadas, guiadas por percepciones y presión popular más que datos, evidencia o experiencia. Ese mismo Gobierno ahora decide combatir una nueva ola de contagios prohibiendo a la gente usar su propio carro (que más personas usen taxi y transporte público) o disminuyendo las horas de atención de los locales comerciales (que todos vayan al mismo tiempo). ¿No aprendieron nada los últimos meses? Insisten con las mismas medidas inservibles. ¿No ven que las restricciones a los vehículos solo favorecen el caos y el “¿cómo hablamos?” del agente de tránsito? Si la salud realmente es lo primero para ellos, las medidas deben apuntar a minimizar los contagios, no a restringir por restringir.


Quien lo diría. Llegamos a fin de año con un nuevo estado de excepción. Cuando parecía que la cosa mejoraba, los restaurantes empezaban a llenarse, las reservaciones en los hoteles volvían a subir, el Gobierno decide profundizar la crisis con sus decisiones improvisadas y esa necesidad por demostrar que hace algo, lo que sea, para luego no ser criticados si aumentan los contagios. Ahora cerramos el año viendo la triste imagen de autoridades clausurando locales comerciales. Acaba un año tan difícil con medidas que terminan de liquidar a negocios que apenas salían de terapia intensiva.


El diario Extra lo puso magistralmente en un reciente titular: estas medidas nos dejan “jo jo jo didos…”. Le quedan pocos meses al Gobierno en el poder. Ya su legado está sellado, con todo lo bueno, lo mediocre y lo malo. ¿Qué tal si, al menos como gesto de despedida, acaban con esta necedad de frenarlo y restringirlo todo? ¿Qué tal si asumen el riesgo de hacer lo correcto?


Mientras tanto, mi hijo y miles de niños solo quieren volver a sus colegios. Volver a ser niños. Lo podrían haber hecho hace tiempos. Pero el Gobierno ha preferido el camino cómodo que mejor conoce: restringir, prohibir, porque sí.


Yo, como él, espero que pronto se llenen otra vez los colegios de gritos, risas y pelotazos. Que el 2021 no repitamos los mismos errores de este año. Y que el Gobierno mejor se haga a un lado. Ya ha hecho suficiente daño. 




lunes, diciembre 14, 2020

Gran negocio socialista

Recién graduado de la universidad entré a trabajar a la OEA, en Washington. Imaginé que encontraría a gente preocupada todo el día por defender la democracia, la paz, la prosperidad y la justicia en nuestra región. En la práctica, su principal preocupación era defender y mantener su puesto. Debían justificar los proyectos que justifiquen su cargo, su sueldo y sus beneficios.


Lo que ocurre en la OEA ocurre en el sector público de cada país. El funcionario público de cualquier institución necesita justificar la existencia de dicha institución. Mientras en el sector privado el empleado tiene incentivos para generar ahorros, eficiencias y mayores ingresos en la empresa, el incentivo en el sector público es al revés. El ahorro y la eficiencia van en contra de los intereses del funcionario público, van en contra de su propio trabajo. Quien busque mejorar y dinamizar el sector público, volver más eficiente su institución, recortar proyectos inservibles, será puesto en su sitio de inmediato.


Veo a Correa, a Ricardo Patiño, Gabriela Rivadeneira y sus amigotes socialistas reunidos con Maduro en Venezuela, donde asistieron como “observadores” internacionales en las últimas elecciones. Los escucho defender a un gobierno corrupto del que todos buscan huir, a un sistema político que mata a la gente de hambre. Correa dice a la prensa que “sin lugar a dudas, el sistema electoral venezolano es lo mejor del mundo”. No es chiste, lo dice en serio.


Uno se pregunta, ¿cómo puede alguien defender un gobierno evidentemente fracasado y corrupto como el de Maduro? ¿Cómo pueden hacer el ridículo alineándose con un gobierno y un personaje así? Y la razón es la misma que tiene el funcionario público que defiende programas o instituciones ineficientes o inservibles: defienden su interés personal, su fuente de ingresos, su billete.


El socialismo es un gran negocio. Mantiene Estados obesos y corruptos de los que lucran sus fieles dirigentes, políticos, funcionarios, contratistas, arrimados, enchufados y esa élite de socialistas internacionales a la que hoy pertenecen tristes personajes como Correa y Zapatero. Ellos saben que Venezuela es un desastre. Han estado ahí, conocen bien su realidad, pueden ver y palpar la pobreza, el abandono, los abusos, la corrupción. Pero su negocio no es defender lo justo, su negocio es defender a los suyos.


Los socialistas quieren, al final del día, lo mismo que los empresarios capitalistas que tanto critican: quieren dinero, comodidades y estabilidad para sus familias. Sin socialismo en el poder, no tienen quien financie sus actividades, quien pague sus honorarios, sus hoteles, sus viajes, sus cenas. Sus ingresos dependen del éxito de sus candidatos en las elecciones, de contar con un Estado despilfarrador que reparta sin control fondos para sus consultorías, sus fundaciones, sus “proyectos sociales”, y cualquier excusa con tufo patriotero.


Correa y sus amigos seguirán defendiendo a Maduro y a cualquiera de los suyos sin importar lo corrupto o desastroso que sea su gobierno. Necesitan a los socialistas en el poder para mantener su estilo de vida. Ese es su negocio.