jueves, septiembre 29, 2005

En el país del diez por ciento

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

O quince, o veinte, o más. Tanto para ti, tanto para mí. Los dos contentos. Solo pierde el país. Perdemos todos.

Supuestamente la vida política es mal pagada. Pero yo no veo a nuestros políticos en apuros económicos. Entran con sus ternos gastados y salen relucientes con corbatas italianas mientras un brillante Rolex reemplaza al viejo Citizen. Veo a mis políticos con sus casas con piscina, sus carros alemanes y sus comodidades, hablar de honestidad, de combatir la corrupción y tanta cosa más. Y me pregunto si hemos llegado a tal punto de amoralidad que entre políticos ya no se considera corrupción el recibir un porcentaje del valor del contrato de una obra, o el ser accionista de una empresa constructora que, oh sorpresa, gana todos los contratos públicos, o el utilizar sus influencias políticas a favor de sus empresas y las de sus amigos.

En el país del diez o más por ciento cada obra pública tiene su precio político, sus sobornos, sus favores y todo depende del “cuánto hay”. Los negocios importantes están reservados para los aliados del partido. Los cercanos al poder hacen accionistas a sus amigos políticos y juntos ven sus cuentas llenarse de ceros. El apoyo para la construcción de una obra requiere contratar los servicios de la empresa de tal o cual político. En el país del diez por ciento hemos caído tan bajo que consideramos un buen funcionario a aquel que “aunque robe y tenga sus negociados haga bien las cosas”.

No es sencillo combatir la corrupción del diez por ciento. No es tan descarada como llevarse fundas de fondos de gastos reservados. Se esconde detrás de un manto inofensivo. Si las obras se construyen y la gente está contenta, ¿qué tiene de malo que yo me lleve mi partecita?, dirá nuestro político. Hay otros que no hacen nada y se lo llevan todo, yo en cambio hago bien las cosas, y solo recibo lo que merezco por mi trabajo, continuará nuestro humilde funcionario. Y claro, cuando acudimos a votar, nos vamos por el del diez por ciento que sí trabaja, antes que por el santo que se deja ver la cara.

Los bajos sueldos del sector público siempre son una excusa para la corrupción. Hay quienes justifican las coimas que piden los vigilantes de la Comisión de Tránsito diciendo que necesitan redondearse sus pobres sueldos. Lo mismo dirán nuestros humildes diputados, alcaldes, prefectos y ministros. Nos pagan tan poco que debemos completarnos el sueldo a base de influencias, privilegios y veinte por ciento.

Un reciente artículo de Thomas Friedman en el New York Times comenta cómo en Singapur los altos sueldos que se pagan a los funcionarios públicos permiten tener a las mejores personas en el gobierno. Si bien en nuestro país mucha gente preparada y honesta no está dispuesta a trabajar en el sector público por los malos sueldos, dudo que sueldos competitivos sean la solución para deshacernos de tanta corrupción. Las raíces son más profundas.

Mientras aceptemos con nuestro silencio y nuestro voto la cultura del tanto por ciento, nuestros políticos se seguirán enriqueciendo con total tranquilidad. Y tristemente, cada día más personas dirán que “no tiene nada de malo, si todo el mundo lo hace”.

jueves, septiembre 22, 2005

¿Malos vecinos, nosotros?

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Con justa razón, la revista colombiana Semana se acaba de referir a los ecuatorianos como “malos vecinos”. El artículo dice que “no pocos ciudadanos colombianos asentados en el vecino país –desde refugiados y obreros, hasta altos ejecutivos, empresarios e inversionistas– sostienen que ha comenzado a desatarse cierta ola xenófoba”.

Nos caen muy bien los colombianos mientras nos hagan bailar con su música, dirijan a nuestros futbolistas para clasificar al mundial y nos entretengan con sus telenovelas. Pero cuando vienen a competir en nuestro suelo, nos picamos y les cerramos las puertas. Las modelos locales gritan foul ante las modelos colombianas que nos invaden con su metro ochenta de curvas y simpatía. Nuestros profesionales viven la “injusticia” de perder puestos de trabajo ante profesionales colombianos con maestrías que cobran más barato. Y nuestros pobres vendedores son relegados en sus funciones por vendedores del país vecino, que saben vender arena en el desierto con una sonrisa. Ahí se acaba el baile con Carlos Vives y las alabanzas al Bolillo y Suárez. Y cómplicemente empujamos a las autoridades para que devuelvan a su tierra a estos colombianos guerrilleros.

A base de una buena preparación, educación y alimentación (porque definitivamente algo extra comen esas modelos colombianas) nuestros vecinos del norte nos están ganando puestos en nuestro propio terreno. Y claro, ante tal abuso, nuestras siempre competentes autoridades han propuesto medidas como la de pedirles visa o perseguirlos como criminales. Con la excusa de que muchos “indeseables” vienen del norte a cometer asaltos, actos guerrilleros y otros crímenes, metemos a todos en el mismo costal, y así nos libramos tanto del criminal como del panadero colombiano de la esquina que le quita trabajo al panadero local. ¡Que viva la integración andina! ¡Arriba la hermandad latinoamericana! ¡Negociemos juntos el TLC! Pero todo de lejitos nomás.

Practicamos un doble discurso. Nos quejamos y denunciamos el mal trato, abusos y dificultades que deben soportar nuestros emigrantes en Estados Unidos y Europa. Pero resulta que a la hora de recibir extranjeros somos iguales o peores que aquellos a quienes denunciamos. En lugar de recibir a nuestros vecinos con brazos abiertos y sentirnos orgullosos de que otros dejen sus países para venir al nuestro, se nos suben los humos y les cerramos las puertas.

Nuestras flaquezas no se superan evitando la competencia. Si no nos gusta que nos ganen en nuestro propio terreno, entonces estudiemos y preparémonos bien. Invirtamos más, mucho más, en nuestra educación y capacitación. En lugar de quejarnos y discriminar a los inmigrantes, sepamos competir o unirnos a ellos. Obviamente no todos los colombianos en Ecuador son unos santos. Como no todos los ecuatorianos en Madrid o Nueva York lo son. Pero no podemos justificar la discriminación y xenofobia contra todos nuestros vecinos solo porque unos cuantos anden en cosas chuecas.

Aprendamos de las fortalezas del vecino y enseñémosles las nuestras. Tenemos muchas cosas buenas en nuestro país, que van más allá del dólar, que hacen venir a colombianos y peruanos. Tenemos mucho que aprender los unos de los otros, pero estamos desaprovechando la oportunidad entre ridiculeces, prejuicios y nacionalismos.

Nos encanta hablar de una Latinoamérica fuerte y unida. Empecemos por recibir bien a nuestros vecinos. Si no somos capaces de eso, Latinoamérica es solo un sueño.

jueves, septiembre 15, 2005

Se busca líder

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Antes, hace unos diez años, estábamos más tranquilos con el país. Teníamos problemas, deudas, huelgas y corrupción como hoy. Pero, con todas las dificultades, poníamos más confianza y esperanzas en nuestros gobiernos.

Hasta hace diez años, nuestros presidentes no tenían que hacer maletas para huir del país. Bien o mal hicieron respetar la figura de la presidencia. Bien o mal sus ministros y funcionarios duraban más de tres meses.

Con la caída de Abdalá, la aparente estabilidad empezó a derrumbarse. Y cayeron también nuestra confianza en el país y nuestras ganas de quedarnos. Hoy, investigamos con lupa en las ramas de nuestro árbol genealógico, para ver si nos llega, aunque sea de chanfle, suficiente sangre española, italiana o la que sea que nos permita alcanzar un pasaporte europeo. Hoy, jugamos a la ruleta rusa huyendo en barcos con destinos inciertos. Solo ayer, llenamos los vuelos a Madrid mientras las puertas de Europa estuvieron abiertas. Los sueños del joven bachiller apuntan lejos de nuestras fronteras.

En este país del que todos huyen, sin Corte Suprema, con un Congreso que da pena y un Ejecutivo sin personalidad, buscamos de urgencia un nuevo líder. En un país de bases débiles como el nuestro, los líderes hacen las instituciones. Se busca un líder que fortalezca estas instituciones, o lo que queda de ellas. Un líder con visión a largo plazo. Un líder que enfoque sus esfuerzos en el país del futuro, antes que en las encuestas de popularidad de la semana. ¿Es mucho pedir? Hoy por hoy, parece que sí.

Ninguno de los candidatos y posibles candidatos presidenciales inspiran ese sentido de liderazgo y visión a largo plazo. Ante la amenaza de apagones, vemos los problemas y las pérdidas que una falta de planificación y visión puede causar. Ante el endeudamiento que nos impone un presupuesto que prefiere aflojar el cinturón del Estado antes que ponerlo a adelgazar, vemos cómo desaprovechamos el alto precio del petróleo con una postura clientelista en lugar de una visión de producción y desarrollo. Queremos ese líder visionario con un plan bajo el brazo, no un improvisador. Un líder con la inteligencia y el carisma que nos motive a poner el hombro por el país.

Buscamos de urgencia este nuevo líder. Pero vivimos el dilema del partido político contra el individuo. Nuestra desconfianza total en los partidos nos impide creer que pueda salir de ellos un verdadero líder, que no tenga que responder directamente a los intereses –personales y no ideológicos– de los partidos. Por otro lado, sabemos que un líder independiente por muy bueno que sea, no podrá gobernar sin el apoyo de los partidos políticos. Necesitamos entonces el punto medio: ese líder independiente que sepa gobernar junto pero no revuelto con los partidos.

Mientras tanto, ¿qué podría hacer Palacio? Comportarse como un líder, aunque tenga que fingirlo y gobernar para facilitar el trabajo del próximo presidente. Tomar las decisiones difíciles, que busquen cambios a largo plazo y no los aplausos inmediatos de burócratas y arrimados. Tristemente, hasta ahora, no hemos visto nada de eso.

Se busca un nuevo líder. Si alguien lo conoce que lo presente. Si eres tú, acepta el reto. Falta menos de lo que pensamos para las elecciones, y si no llega el líder que buscamos, ya sabemos quién nos espera agitando sus brazos.

jueves, septiembre 08, 2005

A la cola

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

Empezó la repartición de los fondos de reserva, y con ella las colas, los empujones y la aplastadera tras una ventanilla. Al igual que tantas veces, se necesita fuerza, resistencia y paciencia para recibir un servicio del Estado. Hoy es la cola por los fondos de reserva, mañana la de la jubilación, todos los días la de la cédula. Los eternos himnos de la incompetencia del sector público: no hay sistema, se acabó el material, vuelva mañana o en cinco días, se escuchan en interminables filas y trámites que el subdesarrollo nos obliga a hacer.

El subdesarrollo de un país se puede medir por la cantidad de papeleos, trámites y el largo de las filas en entes públicos. El Tercer Mundo se aplasta, empuja y burla el sueño toda la noche haciendo colas interminables en las veredas para recibir del Estado lo que le pertenece. Las colas del primer mundo, en cambio, esperan el estreno de La Guerra de las Galaxias o el lanzamiento del nuevo tomo de Harry Potter.

Pero no todo es culpa de nuestros ineficientes entes estatales que se niegan a modernizar o pasar al sector privado. La culpa la tenemos también quienes hacemos la cola, o nos negamos a hacerla. Recuerdo el bar de mi colegio. Para comprar necesitábamos alguna estrategia que permitiera evadir la masa de estudiantes gritándole a la madrina. Imperaba la ley del más fuerte, la del brazo más largo o la del que recurría a los estudiantes tramitadores, que sentados en el mesón del bar agilitaban la compra a cambio de quedarse con el vuelto. Así nos formamos y así continuamos, entre empujones y la ley del más sabido, como si aquí no pasó nada.

Debemos aplaudir a instituciones como el SRI que han implementado un sistema organizado en donde uno espera su turno sentado y tranquilo con numerito en mano. Esto demuestra que se puede cambiar y organizar los servicios. De igual forma, gracias al uso de la internet para realizar trámites, entidades públicas y privadas nos evitan largas filas y facilitan la vida. Pero la gran mayoría de ecuatorianos no tiene una computadora en su casa. Deben seguir de cola en cola, de empujón en empujón, de abuso en abuso.

No podemos pasar por alto las largas filas, empujones y reclamos en nuestras instituciones públicas, sobre todo nuestro Seguro Social. No podemos acostumbrarnos a ellas y aceptarlas como lo normal. Estas colas van más allá de la espera, los empellones, la pérdida de tiempo productivo y la incomodidad. Estas colas hablan de ineficiencia e indiferencia de las instituciones públicas. Hablan del quemeimportismo de quien no tiene competencia y no teme perder sus clientes. Hablan de corrupción, pipones y nepotismo. Hablan de un Estado que continúa interviniendo en sectores que deben estar en manos privadas. Hablan de falta de cultura de quienes hacemos la cola. Hablan de una mentalidad que se niega a cambiar.

Lastimosamente es difícil poner a competir a las instituciones públicas para que nos den un mejor servicio. Pero sí podemos reclamar. Sí podemos apoyar las iniciativas que busquen su privatización o su administración privada, en lugar de seguir creyéndole a cada candidato que defiende los empujones y colas del IESS como nuestro derecho natural. Solo así escucharemos menos el coro de “no hay material, no hay sistema” y la próxima cola la haremos sentados y en aire acondicionado.

jueves, septiembre 01, 2005

Nuestros Katrinas

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO - Guayaquil, Ecuador

El huracán Katrina arrasó con las calles de Nueva Orleans. Katrina no perdonó. Suerte que los gringos tienen los medios para recuperarse, y antes que nos demos cuenta volverá la diversión, el jazz, y más camisetas levantándose a cambio de pepitas de colores en el Mardi Grass de Bourbon Street. Estados Unidos vive una tragedia de la que podemos estar seguros se recuperará con trabajo, esfuerzo y dinero.

Cuando vemos de lejos desgracias como estas nos preguntamos entre aliviados y asustados, ¿y si esto sucediera en nuestro país? ¿Resistirían nuestras ciudades, nuestra economía y sobre todo nuestro comportamiento ciudadano a un huracán Katrina? Escenas de caos total pasan por mi cabeza. Mejor no imaginarlo.

Somos muy afortunados y muy mal llevados. Aquí podemos relajarnos con los climas más predecibles del mundo. Sabemos con bastante exactitud en qué época lloverá o estará seco. Ni huracanes, ni ciclones, ni terremotos nos quitan el sueño.
No tenemos inviernos que nos congelen los huesos y cubran de nieve y lodo nuestras carreteras. Ni veranos ardientes que sofoquen a nuestros ancianos. Por ahí pasan algunos temblores que han causado daño. Pero nada más. Vivimos en paz con la naturaleza.

Nuestro problema está en que a falta de Katrinas reales, creamos nuestros propios Katrinas. Ahí va con fuerza el Katrina político que ha devastado el país en estos veinticinco años. No necesitamos desastres naturales para crear caos. Nuestros gobiernos se las han arreglado para destruirnos entre incompetencia, corrupción y hostilidad.

Ahí arrasa el Katrina educativo, negando el conocimiento y la capacidad para pensar a miles de ecuatorianos que buscarán su suerte en el siguiente barco a Guatemala. El huracán MPD-UNE pasa arruinando a nuestra niñez y juventud con ganas de aprender. Y en lugar de enfrentar y reparar los destrozos de este huracán, el Ministerio lo ignora y evade proponiendo ridiculeces.

Y ahí nos cae encima el Katrina centralista, frenando el progreso y destruyendo ciudades y regiones con su egoísmo y visión cuadrada. El Katrina centralista toma fuerza gracias a un estado obeso que se niega a hacer dieta y gobiernos de turno sin personalidad que se evitan la fatiga de molestar a sus amigos ministeriales, uniformados y petroleros.

Estos huracanes, a diferencia de Katrina que llegó, atacó y se fue, nos golpean día a día. No tienen planes de irse. Se han quedado para arruinarnos constantemente impidiendo nuestra educación, nuestro progreso, nuestra independencia.

¿Llegará el día en que apreciemos la tierra en la que vivimos y decidamos aprovecharla, trabajarla y sacarla adelante? Como explicaba en una conferencia el economista Jeffrey Sachs, la presencia del invierno frío y blanco en el Hemisferio Norte contribuyó a su progreso. Los habitantes de estas zonas con cambios climáticos drásticos trabajaban duro antes de la llegada del invierno, preparándose para no pasar hambre ni frío. En los países cálidos en cambio, no había de qué preocuparse. La tierra y el buen clima proveían todo lo que uno necesitaba. Con trabajar el mínimo necesario se estaba bien.

¿Será que nos vendría bien un Katrina que nos abra los ojos y nos ponga a trabajar unidos? Esperemos que no. Pero como van las cosas, nuestros propios huracanes no le dejarían mucho para destruir al huracán real. Ya hemos sufrido suficiente destrucción. Mientras no acabemos con nuestros huracanes no podremos empezar la reconstrucción.