lunes, febrero 17, 2020

Bang, bang


Un delincuente entra a una tienda a robar. Apunta su arma al dueño. Pero este saca un arma que esconde tras el mostrador y dispara. El ladrón cae muerto.

Dos hombres en una moto se acercan a un carro detenido en una luz roja. Le apuntan al conductor para asaltarlo. El conductor saca un arma y dispara. Los ladrones caen heridos de la moto.

Videos captados por cámaras de seguridad en los que la víctima de un posible robo hace justicia con sus propias manos. Videos que circulan en nuestros chats y redes sociales. Encienden conversaciones y pasiones. Y suelen llevar a muchas personas a una misma conclusión: debemos estar armados para evitar que nos roben y maten. Peligrosa conclusión.

¿Estamos más seguros al tener un arma? ¿Son menores nuestras posibilidades de morir en un asalto si estamos armados? ¿Hay menos violencia en un país donde todos llevan un arma?

Yo me siento más seguro si nadie está armado a mi alrededor en medio de un asalto. Si nadie se las da de héroe y empieza una balacera. No se trata de dejarse robar. Se trata de salir vivo de ahí.

Los videos que circulan en nuestros chats muestran las excepciones de casos en los que la víctima del asalto logra neutralizar al criminal. No muestran los miles de casos que terminan en un baño de sangre por el fuego cruzado.

Una sociedad en la que las armas son de fácil acceso es una sociedad con más historias de un niño que mata accidentalmente a su hermano por jugar con el arma del papá que encontró en algún cajón. Es una sociedad con más probabilidades de que la violencia doméstica termine en homicidio. Es una sociedad con más suicidios. Más armas, más muertes.

Por eso hay que tener cuidado con esos gritos justicieros de quienes piden armas para todos como solución a la delincuencia y violencia. Hay que evitar la tentación de creernos personajes de alguna película de Tarantino capaces de hacer justicia con nuestras propias manos repartiendo balazos. La realidad es que un arma en nuestra casa, en nuestro carro o en nuestras manos pone en mayor riesgo a nuestras familias.

Esto no quiere decir que hay que dejar la cancha libre a los delincuentes. Para eso debe existir una fuerza de policías bien armados, bien preparados y con las garantías para disparar sin miedo a terminar presos. Para eso se debe permitir también que agentes de tránsito estén armados, como fuerza de apoyo a la policía en carreteras y ciudades. Lo mismo con guardias privados capacitados y acreditados para portar armas.

Este no es un debate sencillo. Siempre se enfrentarán la defensa del derecho a portar armas con la defensa del derecho a vivir libres de la amenaza de estar rodeado de gente armada. La mayoría de quienes quieren estar armados lo hacen por buenas razones, porque quieren defenderse, sentirse seguros. Pero la inseguridad y violencia no se resuelven con más armas en manos particulares. Esos videos de héroes armados no muestran toda la película, solo las pocas escenas que queremos ver. En la película completa no hay héroes, solo más muertes.


lunes, febrero 03, 2020

Sangre y cárcel


El peatón cruzó confiado por media calle. No se percató de que por su izquierda venía una moto. El conductor de la moto intentó esquivarlo, pero perdió el control. Salió volando. Su cabeza golpeó el pavimento. El casco sirvió de poco. Sangraba mucho. Empezó a convulsionar.

Pedimos ayuda al conductor de una camioneta, estacionada a pocos metros de lo ocurrido, para llevar al herido al hospital. “Ni loco”, nos dijo, “la Policía pensará que yo lo atropellé y me meten preso. Esperemos a la ambulancia nomás”. Pero la ambulancia no llegaba.

Ya sabemos el cuento. Si hay sangre en un accidente vas preso. No importa de quién fue la culpa. No importa que un peatón se haya cruzado cuando tu semáforo estaba en verde y tenías todo el derecho a avanzar. No importa que el otro carro se te haya ido encima. No importa lo que pasó, ni cómo pasó, ni quién cometió la infracción. Hay heridos, o peor aún muertos, vas preso.

“Si atropellas a alguien sigue de largo, no se te ocurra frenar”, “si ves un herido en la calle jamás lo recojas para llevarlo al hospital”. Esas son algunas de las primeras lecciones que muchos jóvenes reciben apenas sacan su primera licencia de conducir. Nuestras leyes absurdas motivan esos consejos.

Casi toda noticia de un accidente de tránsito menciona la fuga del conductor del vehículo. Sí, muchas veces el conductor es el culpable y merece la cárcel por ir borracho, rebasar en curvas u otra imprudencia mayor. Pero muchas otras veces, se trata de un accidente. Nada más. La prisión preventiva está de más.

Los que nunca van presos y deberían pasar un buen tiempo en la cárcel son esos funcionarios públicos y contratistas que construyen vías que provocan accidentes. Vías donde los carriles desaparecen repentinamente, vías sin señalización, o vías donde nunca avisan que hay tramos en construcción y ponen apenas unos conos cuando ya es muy tarde para frenar. Esos sí son los causantes de accidentes.

Muchos hemos vivido la experiencia de lidiar con un agente de tránsito cuya principal preocupación no es el estado de los accidentados, sino retener de inmediato los vehículos y llevar detenidos a los conductores. No le importa determinar primero por qué se dio el accidente, si hubo o no alguna infracción. En la calle todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario. Los que pueden pagar, logran cambiar la cárcel por un cuarto de hospital donde pasar la noche. Los que no, van tras las rejas como cualquier criminal, sin poder acompañar al familiar herido.

Leyes supuestamente creadas para protegernos, se vuelven leyes contra la gente. Crean una sociedad que prefiere huir y no ayudar, antes que arriesgar ser juzgados sin poder defenderse en libertad.

Las cárceles son para los criminales, no para los accidentados. La ley está para protegernos, no para motivarnos a huir o dejar al herido en media calle. ¿Tan difícil es para nuestras autoridades poner primero el sentido común?

Pasaron los minutos y la ambulancia nunca llegó. Un hombre subió al motociclista herido a su carro y lo llevó al hospital. Ojalá no esté preso por ayudar.