jueves, febrero 22, 2007

Empresas de nadie

En Pacifictel la vida es más sabrosa. El informe preliminar sobre la empresa muestra que ahí los sueldos se aumentan sin problema y cuando uno quiera.

Entre el 2003 y el 2007 han desfilado por Pacifictel ocho presidentes ejecutivos. Uno de ellos duró 9 días. El que más aguantó estuvo un año y 15 días. Comparado a Pacifictel, este país parece estable. Entre esas ocho administraciones se realizaron 977 aumentos de sueldo, con un promedio de pagos de 92,8 millones de dólares al año, solo en alzas. Hay funcionarios a quienes se les elevaron sus sueldos en más del 1.000%. En Pacifictel sobran los “especialistas en telecomunicaciones”, ocupando puestos de mentira pero ganando plata de verdad. Y con tanto especialista y aumento de sueldo seguimos esperando meses para que nos conecten una línea.

Este Gobierno ha dicho enérgicamente que acabará con la corrupción en empresas como Pacifictel poniendo a los mejores hombres y mujeres al servicio del país e iniciando acciones penales contra los infractores. Muy bien que exista la voluntad de hacerlo. Ojalá lo logre. Lastimosamente, los mejores hombres y mujeres y las acciones legales podrán arreglar las cosas por un tiempo, pero la corrupción innata de estas empresas resistirá los golpes y continuará. Los sindicatos públicos y sus jefes, expertos en el arte de aumentar y perpetuar sus privilegios, se las arreglarán para continuar cobrando más cheques a base de sus palancas y presiones, en lugar de su rendimiento. Y continuarán, como ahora, creando las condiciones perfectas para que sea casi imposible despedirlos, o para recibir jugosas indemnizaciones por sus servicios a la patria, calentando puestos y perfeccionando la dicción de himnos burocráticos como “no hay sistema”, “vuelva mañana” y “cuánto hay”.

Por eso, no bastan los discursos enérgicos y las buenas intenciones para acabar con la corrupción de estas empresas. La solución está en dejar atrás, de una vez por todas, esa ideología que con la excusa de soberanía y control de “sectores estratégicos” mantiene en manos públicas la administración de empresas esenciales para el desarrollo del país. Los problemas de Pacifictel y sus parientes no se solucionan simplemente cambiando a la gente que ahí trabaja. Se soluciona cambiando a sus dueños. Es decir, que pase de las manos de nadie a manos de alguien. De manos de una burocracia interesada solo en mantener sus puestos y cobrar sus cheques, a manos privadas interesadas en recuperar su inversión y hacer dinero a través de un buen manejo y un buen servicio. Esto no se da únicamente a través de una privatización, palabrita que hoy es pecado en Carondelet; también puede hacerse a través de la concesión de la empresa a un administrador privado cuyos ingresos se den en función de su desempeño y resultados.

Empresas como Pacifictel hace años que deberían ser privadas o al menos estar administradas por manos privadas. La corrupción y abusos continuarán mientras estas empresas, con la excusa de ser de todos los ecuatorianos, continúen siendo de nadie. Este Gobierno, por su misma vocación socialista, tiene la gran oportunidad de pasar la administración de estas empresas a manos privadas que garanticen que la plata de todos no se vaya en sueldos de unos pocos “especialistas” y que la empresa sirva a los ciudadanos en lugar de servirse de ellos. Hasta que eso no ocurra, solo perdemos el tiempo con discursos y parches temporales, mientras alguna somnolienta recepcionista nos dirá que volvamos mañana, pues hoy “no hay sistema”.

jueves, febrero 15, 2007

El poder de unos pocos

La consulta va. Así lo decidió el Congreso. Así lo decidió Lucio Gutiérrez. Bastó que Lucio tome la decisión para que la consulta avance. Cosas de la vida. Solo hace unos meses el presidente Gutiérrez huía en helicóptero de las pedradas quiteñas, mientras Cinthya Viteri posesionaba con saco jean y corbata a quien refundaría la patria. Pasó el exilio, pasó la cárcel. Y poco tiempo después Lucio emerge con más fuerza y poder que cuando tenía la banda presidencial.

Hoy las decisiones de Lucio pesan, y mucho. Al fin y al cabo los diputados en el Congreso son solo una extensión de sus jefes de partido. Las decisiones de Lucio, como las de Noboa, se convierten automáticamente en la decisión de todo un bloque de diputados. Linda democracia participativa la nuestra.

El poder se concentra en unos pocos. Eso no es cosa nueva. El problema es que aunque nos quejamos, seguimos apoyando personas y sistemas que concentran el poder, en lugar de personas y sistemas que lleven el poder al individuo y a las instituciones. Apoyamos a la figura redentora que nos saque del abismo. Y estamos dispuestos a darle a ese redentor de turno todo el poder que requiera. Nos gusta el poder que pone las cosas en orden, incluso por encima de leyes, instituciones o procedimientos. Mientras ese poder parezca constructivo y no nos caiga encima lo apoyamos. Pero, tarde o temprano, todo poder excesivo en pocas manos puede corromperse.

Y después nos quejamos por la falta de institucionalidad en el país. Nos quejamos del Congreso. Nos quejamos del excesivo poder de unos pocos. De ese poder que nosotros mismos les hemos entregado.

Ahora que va la consulta y con gran seguridad la Asamblea Constituyente apuntemos hacia los cambios que signifiquen mayor estabilidad e institucionalidad, y menos poder para unos pocos. La casi dictadura que hoy vive Venezuela en manos de Chávez es el más claro ejemplo de los peligros de una Asamblea Constituyente que pone el futuro de un país en las manos de una persona y no de un sistema democrático con instituciones fuertes. Muestra el peligro de dejarse seducir por el deseo de cambios drásticos en manos de redentores todopoderosos, antes que el camino más seguro y planificado que trae un estado con equilibrio de poderes.

Por años y años nos hemos quejado del excesivo poder de unos pocos, de dueños del país, de llamadas por celular capaces de destruir. Pero olvidamos que hemos apoyado ese poder de unos pocos cuando apuntaban a nuestro ideal de país. Nos seduce la idea de poner más poder en manos de quienes comparten nuestras ideas, hasta que ese poder da la vuelta y deja de pensar como nosotros.

Si hoy accedemos a entregar más poder a quienes piensan como nosotros, tarde o temprano sufriremos por el poder excesivo de quienes no piensan como nosotros. Un líder poderoso puede traer cambios positivos, pero también puede destruirnos. La única forma de protegerse es con un estado donde los líderes estén por debajo de las instituciones y las prácticas democráticas.

Que esta Asamblea Constituyente que ya se viene sirva para que no sean unos pocos los que decidan por todos. Y, sobre todo, que esos pocos no pasen a ser uno solo.

jueves, febrero 08, 2007

Cerecita

En estos días en los que sobran noticias sobre confrontaciones políticas, un Congreso que hace todos los esfuerzos por desprestigiarse más, y un nuevo Gobierno que reclama y vocifera mucho pero que hace poco, me llamó la atención leer en este Diario sobre Cerecita.

La renovada y demorada carretera a Santa Elena (¡no es una autopista, por favor!) beneficia a la gran mayoría de habitantes de la zona: los turistas que llegan con más seguridad, los miles de habitantes en la Península que reciben más turistas en sus hoteles, restaurantes y otros negocios, los empleos que se generan, los municipios que reciben más ingresos, en fin. Sin embargo, este progreso significó que los tres pueblos principales alrededor de los cuales se construyeron baypases, entre ellos Cerecita, ahora luchen por sobrevivir.

Por alguna extraña razón, esa cara triste del progreso que afecta a la minoría suele tener más fuerza y eco que la cara positiva del progreso, que llega a la mayoría. Grandes proyectos que benefician a un país entero se detienen por pequeñas poblaciones que protestan y políticos que prefieren ahorrarse las huelgas. Importantes acuerdos que benefician a la mayoría, como el TLC, se echan a la basura para no afectar a ciertos grupos.

Es triste ver un pueblito decaer o peor aún desaparecer. Pero es más triste ver una región o país entero vivir en el atraso negándose al progreso. El caso de Cerecita ilustra muy bien la situación de todo el país. Las decisiones importantes deben tomarse pensando en el beneficio del país, y no evitarlas pensando en las penas temporales de unos pocos. Tarde o temprano todos se benefician cuando se toman decisiones acertadas. Mientras esto sucede, los gobiernos deben ayudar o compensar, dando una mano constructiva a la minoría no beneficiada para que pueda salir adelante y unirse cuanto antes al carro del progreso. Le tomará un tiempo a los habitantes de Cerecita ser parte del progreso general que trae la carretera. Es ahí cuando el Gobierno puede intervenir apoyando iniciativas turísticas y de desarrollo local para el pueblo.

Lastimosamente, muchos gobiernos se han cerrado a la posibilidad del progreso por evitar sus costos inmediatos. Así no avanzamos, nos negamos al progreso, y continuamos en la polvorienta carretera nacional llena de baches y accidentes antes que en una real autopista que nos lleve más lejos. La intervención y protección excesiva del Estado, despreciando la competencia para favorecer un manejo más centralizado y regulado de la economía, tiene ese principio y efecto dañino: por proteger a unos pocos evita el progreso de la mayoría.

El reto de este Gobierno está en impulsar los planes y políticas que nos lleven por el camino que beneficie a todos. Para el Presidente esto se llama Asamblea Constituyente. Se llama más regulación e intervención del Estado. Se llama mayor manejo centralizado y menos incentivos al individuo. ¿Será ese el camino correcto? Lo dudo.

Cerecita no desaparece por la nueva carretera. La región entera avanza gracias al impulso al turismo y comercio que da la nueva carretera. Cuestión de enfoque. Da la impresión, hasta ahora, que las declaraciones del Gobierno en los temas nacionales se concentrarán en salvar a Cerecita, en lugar de impulsar el progreso del país entero.

jueves, febrero 01, 2007

¡Pausa!

Noticiero de la noche. Protestas fuera del Congreso contra los diputados que se oponen a la Constituyente. Enfrentamientos con la Policía. Piedras, palos, gases lacrimógenos. Una periodista herida. Fuera de Carondelet un grupo de emigrantes reclama al Estado sus problemas con Air Madrid. Entran a empujones al edificio presidencial. Forcejeos y golpes con la Policía.

Bienvenidos a nuestro Tercer Mundo. Donde los gases lacrimógenos no impresionan. Donde las piedras y los palos se imponen sobre la razón. Y todo esto con solo dos semanas de gobierno.

¿De quién es la culpa de tanto relajo? La culpa es de quienes creen tener toda la razón e intentan imponer su voluntad como sea. Empieza con el Presidente y sigue con el Congreso y los revoltosos. El Presidente se cree más legítimo que el Congreso y como tal incita a que el país irrespete a los diputados. Esto no es concurso de legitimidad. Presidente y Congreso son igual de legítimos. Votamos por ambos, nos guste o no. El Congreso en lugar de intentar trabajar con el Presidente hace todo lo contrario. Lo provoca. Mide el aguante del contrincante. Y los revoltosos se creen con el derecho de impulsar su Constituyente a pedradas. Sustentan sus reclamos, al igual que el Presidente, en el supuesto de que “todos” los ecuatorianos quieren la Constituyente. Si todos la quisiéramos seguramente ya estaríamos avanzando civilizadamente hacia ella sin necesidad de piedras y gases lacrimógenos.

Necesitamos una pausa. El cambio que todos queremos no se resuelve con una Constituyente porque sí, y peor aún con una Constituyente apurada que empieza tan mal. Ahí está la Asamblea de Bolivia, como triste ejemplo de lo que no queremos.

Correa dice que todos los ecuatorianos quieren la Constituyente por el hecho de haber votado por él, y que ese apoyo implícito a la Constituyente la pone por encima de todo. Intenta convencernos que es nuestro deber como ecuatorianos apoyarla, más allá de sus peligros. Su discurso se me parece al de Bush cuando impulsaba su guerra con Iraq: “la ‘liberación’ de Iraq es un acto patriótico, los que están conmigo son patriotas, lo que se oponen son antiamericanos que apoyan a los terroristas”. De igual forma, Correa convence al país de que quienes están con la Asamblea son patriotas y buenos ecuatorianos que quieren el cambio, mientras los demás son antipatrias que no merecen respeto.

Un momento. No simplifiquemos algo tan serio. Esto no es blanco y negro. Queremos cambios. Pero en estas condiciones la Asamblea Constituyente no parece ser la vía para esos cambios. Su accidentado inicio, su improvisado y errado estatuto, y la clara polarización y politización de los bandos que la conformarían apuntan al fracaso. Así, es mejor esperar el momento en que con mayor tranquilidad, claridad y menos pasiones vayamos hacia la Constitución que el país, no un Presidente o grupo, necesita.

Las manifestaciones nos recuerdan que poco ha cambiado. Ayer las piedras botaron un Presidente, hoy apoyan una Constituyente. Las calles, no los foros civilizados, siguen siendo el escenario de las decisiones políticas. De este Congreso no esperamos gran cosa. De Correa esperamos más. Que demuestre que es el Presidente del cambio dejando a un lado la confrontación y las quejas, para ponerse a trabajar en su agenda. Y que sepa reconocer cuándo es mejor hacer una pausa para lograr el éxito de su Asamblea.