jueves, enero 12, 2006

Pateando al perro

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador


Estamos acostumbrados al abuso. El abuso del que no hace la cola porque es demasiado importante para esperar como el resto. El del chofer del bus para quien la carretera asfaltada es solo una sugerencia a seguir, pues siempre que pueda aprovechará el “carril” de tierra y baches al costado, cubriendo a todos con una nube de polvo y poniendo en peligro la vida de los pasajeros. El del político y funcionario público que está exento de la ley, porque él es alguien, o amigo de alguien, para quienes la ley no se aplica por igual.

Una vez, en la época del gobierno de Abdalá Bucaram, yo esperaba mi turno en la cola del aeropuerto. Un Ministro se presentó a última hora, sin reservaciones. Cuando el empleado de la aerolínea le informó que el vuelo estaba lleno y no había cupo, el flamante funcionario enfureció, llamó a su guardaespaldas y le dijo: “Arréstame a este señor”. Este sacó su arma y obedeció la orden. Al entrar al avión lo encontré al Ministro y su esposa cómodamente sentados en primera clase. Y aquí no pasó nada.

Unos más, otros menos, pero todos participamos de alguna forma de la cultura del abuso, en la que pasarse la cola o aprovechar las conexiones no tiene nada de malo. Cuando me saqué –o me obligaron a sacar– el nuevo carné militar que me califica como inhábil con la respectiva autorización de su alteza, las Fuerzas Armadas, para salir del país, decidí hacer la cola y no recurrir a tramitadores. Mientras esperaba mi turno, al menos cinco personas se pasaron la fila acompañadas de un militar-tramitador que decía una de esas típicas frases de nuestro Tercer Mundo: “Atiéndame a este muchacho que viene recomendado de arriba”. Así, el muchacho sacaba su documento antes que todos y nadie protestaba. Seguramente todos habíamos hecho lo mismo alguna vez y no teníamos derecho a protestar.

Los abusos a pequeña y gran escala se frenan con reglas de juego claras. Claro, que también necesitamos cambiar de actitud y educarnos mejor. Pero primero se debe crear el ambiente para que no existan abusos. Vayan al SRI o a un banco y vean cuántos se pasan la cola: muy pocos, no porque quienes hacen la cola sean más educados o respetuosos, sino porque el sistema está organizado de tal forma que no hay necesidad de romper las reglas, y si alguien quiere romperlas tendrá problemas. Los buses no tendrían opción de abusar en carreteras bien construidas con vigilantes haciendo su trabajo. Los empresarios no tendrían que recurrir a coimas y palancas en un Estado que facilitara los trámites y los negocios, en lugar de poner trabas y excusas. Y nuestros políticos, funcionarios y oscuros personajes que entran pateando al perro donde sea, respetarían la ley y su turno si los jueces la aplicaran por igual para todos.

Con reglas claras, transparentes y para todos, conduciremos por nuestro carril, haremos la cola, completaremos los trámites sin padrinos, y pagaremos la multa que debemos. Hasta eso, la ley seguirá siendo para todos, menos cuando no nos conviene. Y ya sabemos que a algunos rara vez les conviene.

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