jueves, julio 13, 2006

Depresión postmundial

Por Manuel Ignacio Gómez Lecaro
Diario EL UNIVERSO – Guayaquil, Ecuador

Se acabó el Mundial. Italia es el nuevo campeón. Zidane quedó como mejor jugador y demostró ser un gran “cabeceador”. Ecuador llegó a un octavos de final con sabor a mucho más. Nuestros diputados han decidido regresar de sus vacaciones mundialistas. Y a nuestro presidente le picó la fiebre de la oxigenación. Unos ministros salen mientras otros entran.

El Mundial nos mantuvo en un estado de fantasía, en el que las discusiones más importantes giraban alrededor de un gol, un off side, un foul, un tiro penal. Ahora, nos agarra una terrible depresión postmundial. Las discusiones regresan hacia lo que el Gobierno hace, en el mejor de los casos, y deshace en la mayoría de ellos. Nos despedimos de fotos en los diarios de Zidane o Ronaldo metiendo goles, para amanecer nuevamente con fotos de Alfredo Palacio, pronunciando algún importante discurso sin importancia o nombrando a un nuevo ministro que ya, la verdad, nos tiene sin cuidado.

A estas alturas del partido, que este Gobierno inició con muchas oportunidades, ya dejaron de interesarnos los cambios o nuevas alineaciones. Sabemos que ya perdimos. Palacio hace tiempos que nos puso en desventaja. Y ya no importa quiénes se sienten a su lado en las reuniones de gabinete.

Sorprende la facilidad que tenemos para cambiar de ministros y otras autoridades. Iniciar un trabajo nuevo siempre tiene sus complicaciones y tiempos de adaptación. Nuestras empresas jamás funcionarían con esta frecuencia de cambios en sus gerentes. Pero a nuestros ministerios eso de la continuidad como que no les hace mucho sentido. Nuestros ministros parecen adaptarse de inmediato a sus nuevos escritorios, sus nuevos carros con chofer, y sus nuevas tarjetitas de identificación.

¿Qué tanto se puede hacer en seis meses? Mucho o poco, según como se lo vea. Preocupa que Palacio tenga toda la cara de querer hacer mucho, que en el típico vocabulario de presidente saliente, significa gastar mucho. Sucede siempre. A medida que se acerca el día de la despedida del poder, a nuestros presidentes les entra una terrible picazón populista. Gastan lo que años antes nunca hubieran gastado en aquello que en otros momentos no hubieran aprobado. Como si en los últimos meses la ideología y los planes originales de gobierno no aplicasen. La bandera populista reemplaza cualquier otra bandera. Lo importante es que me quieran y me aplaudan por donde vaya, se convierte en la razón de ser de los mandatarios. Y para ello, nada como repartir y repartir el presente, sacrificando el futuro.

¿Qué se puede hacer en seis meses? Se puede intentar dejar la casa en orden, en lugar de desordenarla más. Se pueden tomar las medidas poco populares pero necesarias que facilitarían el trabajo del siguiente presidente. Se puede buscar estabilidad en lugar de una pasajera y falsa popularidad. Dudo que este Presidente saliente tome decisiones a favor del próximo gobierno. Tratará de comprar su popularidad de última hora. Dudo que se rompa el círculo vicioso de gastar y gastar más a medida que llega el final, en especial en estas épocas de pozos gordos.

Perdonen el pesimismo. Debe ser que ya no hay fútbol que nos distraiga. O seguramente, que la realidad de un gobierno que nunca fue a ninguna parte ha regresado a los diarios, la tele y nuestras vidas. Seis meses de despedida. ¿Cuánto millones le costarán al país los adioses?

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