sábado, mayo 03, 2008

Entendiendo a Lucía

Estoy viendo en la tele a Lucía Morett recién salida del hospital. Lucía es la estudiante mexicana que fue herida en el ataque al campamento de las FARC en territorio ecuatoriano, en el que murió el líder guerrillero Raúl Reyes. En ese ataque murieron también cuatro de sus compañeros mexicanos de la universidad. Lucía llora sentada en una silla de ruedas junto a sus padres. Tiene dolor y rabia por lo que le pasó. Cuenta que vio cómo los soldados colombianos disparaban y remataban a gente herida. Dice ser “una víctima más del terrorismo de estado colombiano”. Niega estar vinculada a las FARC. Que su interés al estar ahí era “académico”.

Veo a Lucía y me pregunto: ¿Qué poder especial tiene ese idealismo revolucionario de
izquierda para seguir atrayendo a la juventud latinoamericana? ¿Por qué esas ideas políticas probadamente fracasadas en Europa oriental, en Cuba y en cualquier lugar que intenten implementarlas siguen siendo idealizadas en las aulas universitarias? ¿Por qué las ideas liberales que sí han funcionado en tantos países no despiertan el mismo interés? ¿Cómo es posible que la guerrilla colombiana tenga simpatizantes que legitimen su sangrienta guerra, sus abusos, sus secuestros, sus asesinatos?

Lucía dice algo que seguramente es real: “no he cometido ningún delito”. Ser una creyente en la “revolución bolivariana”, o creer que las FARC luchan por la justicia en Colombia, o estar convencida que Hugo Chávez es el salvador de América Latina no es un delito. Está en su libertad de creer que los elefantes vuelan.

Por eso, si bien rechazamos que las Lucías del mundo hagan quedar a las FARC como víctimas inocentes de un conflicto y una violencia que ellos iniciaron, tampoco son aceptables posiciones extremas de quienes ven en estos estudiantes a terroristas tan malos como los guerrilleros. Estos grupos de jóvenes que se reunieron en ese fanático Congreso Continental Bolivariano en Quito pueden causarnos gran rechazo --y encajar perfecto el molde del “Perfecto Idiota Latinoamericano”--, pero están en su libertad de creer y apoyar lo que ellos quieran. La democracia se trata de respetar todas las posiciones. Lastimosamente a veces esas posiciones absurdas ganan elecciones.

La izquierda extrema, el socialismo y su ideal revolucionario, a pesar de sus fracasos, ha ganado la guerra emocional en el tercer mundo que compra cualquier sueño. El Che se ve bien con su cigarro y su boina en las camisetas. Ronald Reagan todavía no pega. Hasta al más convencido liberal le ponen la piel de gallina esas canciones de música protesta.

La canción “Papá cuéntame otra vez”, del cantautor español Ismael Serrano, de alguna forma explica por qué hay tanta Lucías en Latinoamérica y el mundo. En la canción –muy bonita y emocionante, de paso—un joven le pide a su papá que le cuente de esas emocionantes épocas que vivió en los sesenta de “dulce guerrilla urbana en pantalones de campana, y canciones de los Rolling, y niñas en minifalda”. De “aquel mayo francés en los días de vino y rosas” en los que los jóvenes ocuparon la Sorbona. Y como el Che no puede faltar en la nostalgia guerrillera, dice también la canción: “Papá cuéntame otra vez esa historia tan bonita de aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia, y cuyo fusil ya nadie se atrevió a tomar de nuevo, y como desde aquel día todo parece más feo.” Esa nostalgia por vivir revoluciones en las calles y ponerle una rosa al fusil de algún soldado opresor sigue viva en muchas Lucías.



Los jóvenes de ahora tenemos la suerte de saber con mayor precisión cuáles formas de gobierno funcionan y cuáles fracasan. Con todo lo malo, el mundo de hoy ha progresado y aprendido de sus errores del pasado. El romanticismo socialista suena bonito en la música protesta, pero no en los estómagos vacíos de Latinoamérica. Las universidades tienen ahí un reto. Pero será el fracaso de las mismas “revoluciones bolivarianas” en Latinoamérica, con su mayor injusticia, opresión y pobreza, lo que entierre esas ideas en los jóvenes que aun creen en ellas.

Yo espero que Lucía viva en libertad. Sería un error del gobierno mexicano acusarla de terrorismo o algún delito. La convertirían en heroína bolivariana y a sus compañeros muertos en mártires de la causa. Quien sabe, pasará el tiempo y talvez Lucía, como tantos otros, se de cuenta que el progreso no está en las boinas, ni las armas, ni los gritos de revolución. Y de aquí a unos años la encontremos hablando de las virtudes del libre mercado y la globalización.


* Publicado en revista Clubes de mayo

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo ideal sería que por cada Lucía Morett, existan 10 Yon Goicochea.

aLeJo dijo...

Yo creo que el "pegue" que las ideologías de izquierda tienen con los universitarios se basa en que se las muestra como una religión: tienen su dios (Marx, Engels), sus libros sagrados (El Capital, El Manifiesto), sus profetas (Che Guevara, Mao Tse Tsung, Fidel, y el Micomandante actualmente). Estudio en una U pública, y por desgracia la inmensa mayoría de mis compañeros han sido contagiados de esta teoría que les ha sido presentada como un dogma que hay que creer a pie juntillas. Además, al menos en Ecuador, es por desgracia parte de nuestra cultura echar la culpa a alguien más de nuestra pobreza y atraso; un capitalista busca ver qué hizo mal, pero un sociolisto siempre está inclinado a acusar a otro de su ineptitud.