jueves, marzo 04, 2010

Enjaulados

Tantas veces lo había ignorado. Pero ahora, mientras presiono el timbre, me río ante la ironía: el portero eléctrico de la casa está resguardado tras barrotes de hierro y un candado. El inofensivo aparato enjaulado. Protegido contra robos de despecho: si no puedo entrar a robar en la casa, al menos me llevo el timbre, piensa el ladrón.

Vivimos enjaulados. Rejas eléctricas, barrotes, garitas, guardias, pistolas, muros, candados, alarmas, cámaras y dispositivos de seguridad son parte de nuestro panorama diario. Los vemos tan seguido que se vuelven invisibles. Ya no nos llaman la atención. A todos nos han robado algo. Nos han llevado de paseo en un secuestro express. O al menos conocemos bien a alguien al que le haya sucedido.

Hace tiempos dejó de sorprendernos ver guardias privados armados en cualquier local comercial, cualquier esquina. Deberíamos poder deducir ante el SRI ese altísimo impuesto privado que pagamos por la seguridad que el Estado no nos da. Nos quedaría debiendo plata.

Al robo armado y violento se suman los robos cotidianos. Esos que ya ni tomamos en cuenta. El funcionario que solo aprueba un préstamo o un contrato si recibe a cambio su tajada de comisión. El empresario que soborna para conseguir ese contrato. El empleado que se lleva plumas, lápices, grapadoras de la oficina para su hijo en la escuela. La empleada doméstica que contrabandea comida, detergente y algún vestido olvidado en el clóset de los jefes. El pirata de la señal del cable. El que toma “prestada” la electricidad del vecino. El que compra objetos robados motivando más robos.

Me ha regresado con más fuerza todo este ambiente de inseguridad, robos y deshonestidad cotidiana al ver en la tele las imágenes de chilenos saqueando supermercados. Viven una tragedia. El terremoto los ha devastado. Pero del robo de comida por necesidad, muchos pasan al saqueo descarado de televisores y lavadoras. La anarquía, la falta de autoridad, la oportunidad, la adrenalina colectiva los lleva a actuar como nunca lo hubieran imaginado.

Sin necesidad de un terremoto, acá el robo se vuelve casi natural y cotidiano. Las rejas en nuestra ventana, la garita en nuestro barrio, el guardia armado en la tienda, o la ridícula jaula que protege el portero eléctrico, aunque ya muchos ni los sientan y se vuelvan parte de nuestras vidas, deben recordarnos que vivimos encerrados, atrapados entre el miedo y la inseguridad.

No podemos resignarnos sin exigir que el Estado haga su trabajo de protegernos y controlar la delincuencia. Tampoco podemos quejarnos si participamos de la delincuencia, aunque a menor escala, comprando al ladrón, por ejemplo. Si nos acostumbramos al clima diario de inseguridad y violencia, mientras el Gobierno nos dice que todo está mejor y se engorda alegremente con nuestra plata, ganan ellos, los delincuentes y el Estado fracasado. Los presos nos convertimos nosotros, enjaulados y aislados.

En este país donde hasta el “comecheques” sale libre después de pocos meses, ¿cómo no animarse a llevarse una televisión o al menos un celular? Nos han dicho que la inseguridad es invento de la prensa, que es pura percepción, que ha disminuido, que ya todo está mejor. Pero la realidad pesa más que esa imagen que nos quieren vender.

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