jueves, agosto 19, 2010

¿Descanso?


¿Pueden sentirlo? Es un agradable silencio venido de Carondelet. Rafael Correa se fue de vacaciones. Podemos descansar unos días.

La omnipresencia de Correa es sorprendente. Parece abarcarlo todo, estar en todos lados, opinar y decidir sobre todo, monopolizar la imagen y voz del Gobierno. Invade nuestras vidas. Si el buen gobierno es el que no se siente, el que pasa desapercibido, algo anda mal por aquí.

Correa no es el primero. No inventó este presidencialismo abrumador que parece gustar tanto a los ecuatorianos. Pero lo ha llevado a nuevos extremos, con la ayuda de nuestra plata que acaba en propaganda, cadenas nacionales y sábados de enlace.

Carlos Vera, quien ahora impulsa la revocatoria del mandato presidencial, dijo que Correa “no es el Presidente, es el dictador y ejerce como ‘yo supremo’”. Sobre todo en lo último estoy de acuerdo. ¿Acaso podemos imaginar que la Asamblea, Fiscalía, Consejo de Participación Ciudadana u otras instancias públicas supuestamente independientes estén libres de la injerencia de Correa o su equipo cercano? Sea percepción o realidad, el hecho es que Correa –no la prensa, ni la oposición– se ha creado una imagen tan poderosa que no podemos imaginar una instancia del Gobierno o sector público en la que no se entrometa.

Correa ha perdido la oportunidad de institucionalizar este país al caer en el mismo excesivo personalismo en el que cayeron varios de sus antecesores. El Gobierno es Correa. El Estado es Correa. El partido es Correa. Así, pierde la oportunidad de formar un partido con representantes con voz e identidad propias. Correa, como sus maestros caribeños, parece creer que todo empieza y termina en él. Mientras él esté, el Estado, el Gobierno y el partido estarán bien y no necesitarán de otros.

Partidos como la Izquierda Democrática, Social Cristiano y Roldosista, que alguna vez tuvieron el poder, cayeron en el mismo error. Dependieron de una figura fuerte. No les interesó formar un verdadero partido con bases sólidas y nuevos líderes. Y el país paga hoy las consecuencias al tener tantos políticos improvisados.

En épocas no muy lejanas, cuando Correa sonaba más idealista y menos preocupado con acaparar el poder, hablaba del voto por distritos. Era una oportunidad para generar verdadera representatividad. Para que podamos votar por nuestro asambleísta, uno solo, que nos rinda cuentas. Pero en el camino Correa debió entender que el voto en plancha solo es malo cuando se está en minoría y oposición. Pero es muy bueno cuando se está en mayoría y en el poder. Así, continuamos votando por ilustres desconocidos que a nadie representan, pero que sirven de coro para fortalecer un proyecto político personal.

Si las cosas van bien, todo el crédito será para Correa. Pero si hay inseguridad, corrupción, desempleo, más pobreza, o cualquier malestar general, Correa cargará la culpa. Se podrá argumentar –con razón– que Correa no es responsable de todo lo que pasa en el país. Pero al convertirse en este ser omnipresente y con poder total, Correa es el único responsable de que se le atribuya todo lo malo que aquí pase.

Pensándolo bien, en realidad Correa no se ha ido.

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