jueves, diciembre 08, 2011

Cacerolazos en Caracas



Estuve en Caracas mientras los presidentes del continente, excepto gringos y canadienses, se reunían llenos de propuestas y promesas, en la primera cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

Al bajarme del avión, me recibe en el aeropuerto un afiche que dice: “Nuestras aduanas garantizan el desarrollo Económico, Soberano y Socialista”, con el cierre “Patria, Socialismo o Muerte”. Frases patrioteras que acá el Gobierno imita, aunque por ahora evitan sonar tan socialistas.

Al salir del aeropuerto, un tipo ofrece cambiarme dinero como quien vende droga. Yo iba bien advertido de no cambiar plata en bancos, ni usar cajeros automáticos o la tarjeta de crédito, donde aplican el ficticio cambio oficial impuesto por Chávez. En el mercado negro se consigue, al verdadero tipo de cambio, el doble de bolívares por cada dólar.

Me puse a pensar en la suerte que tenemos los ecuatorianos de tener al dólar como moneda. ¿Imaginan a Correa con moneda propia? ¿Lo imaginan controlando la maquinita para imprimir billetes? Al despilfarro que vivimos se añadiría una terrible devaluación o controles absurdos como los de su maestro venezolano.

La carretera que lleva del aeropuerto a Caracas recibe a los visitantes presidenciales con vallas publicitarias llenas de alegres mensajes revolucionarios, muy al estilo de los nuestros. La imagen de Chávez se repetía en vallas, paredes y grafitis. Cualquier turista que ignore la actualidad política de Venezuela descubre de inmediato que está en tierras donde un caudillo lo decide todo. Algo similar sucede acá. Basta recorrer nuestras carreteras para encontrarse en la entrada de cada pueblo la imagen de Correa. El caudillo por encima de las instituciones.

Caracas parece una típica capital latinoamericana. Los carros avanzan entre el terrible tráfico (eso sí, avanzan casi gratis. Con una gasolina ultrasubsidiada, más barata que el agua, los venezolanos llenan su tanques con apenas un par de dólares). Está siempre presente la amenaza de robos y violencia. Y en los restaurantes no falta dinero para buen vino y platos caros. Pero si vemos más de cerca, descubrimos que en tiendas y supermercados faltan artículos tan básicos y necesarios como leche o carne, cortesía de los controles chavistas.

La noche del viernes, mientras se instalaba la cumbre de la Celac, la ciudad se llenó del ruido de ollas y cacerolas sonando desde balcones y ventanas de casas y edificios, acompañadas por los pitos de los carros en las calles. Era el sonido de la esperanza y la demostración pública, frente a los presidentes de la región, del descontento y la desesperación de un país que se ahoga entre abusos y corrupción, en un mar de dinero malgastado.

Los discursos de los presidentes en la cumbre poco lograrán para traer el cambio en la región. Son muchos de ellos, empezando por el anfitrión y sus amigos anticorbatas, los que nos tienen en el atraso. La posibilidad del cambio no está en estos caudillos con aires de grandeza. Está en las calles, en la gente, en los cacerolazos. Después de tantos años, la gente en Caracas vuelve a creer que ese cambio es posible. Que los días de los caudillos están contados.

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