lunes, marzo 19, 2018

Tan lejos


¡Qué lejos estamos de Chile! Miro con envidia a Sebastián Piñera asumir la presidencia de ese país. Una presidenta de izquierda entrega el poder al nuevo presidente de derecha en paz, con altura, entendiendo que el hecho de jugar en equipos opositores no los convierte en enemigos, que más allá de diferencias y rivalidades son personas decentes que comparten principios elementales como el respeto a la ley y las instituciones y el deseo de un país mejor.

Chile da lecciones de madurez y decencia política una y otra vez. En ocasiones, hasta supera a las democracias más avanzadas. El día del triunfo electoral de Piñera no solo que el candidato opositor aceptó públicamente su derrota y felicitó al ganador, sino que fue a la central de campaña del presidente electo y desde ahí lo felicitó, lo abrazó y se comprometió a trabajar juntos por el bienestar del país. A la mañana siguiente, Piñera desayunó con Bachelet, iniciando así el proceso de transición. Acá ni con políticos del mismo partido es posible una transición tan pacífica. Sus egos gigantes les impiden pensar más allá de su interés inmediato y personal.

Durante su visita a Chile para la posesión de Piñera, el mismo Lenín Moreno dijo en una entrevista: “Fue programado dejar al país en condiciones bastante malas para que el próximo gobierno, que seguramente el presidente se imaginó iba a ser de su opositor, fracase y enseguida volver como el redentor. Pero parece que las cosas no salieron como estaban programadas, gané las elecciones, pero trataron de aplicarme la misma receta”. El ego de un político vale más que el bienestar de un país. Su estrategia para sobresalir se basa en hacer fracasar al otro.

El haber sobrevivido una dictadura seguramente empujó a la clase política chilena y a los votantes a madurar así. No quieren volver a ese pasado. Por eso, más allá de diferencias ideológicas o políticas defienden los principios básicos de una democracia. En Ecuador acabamos de salir de nuestra versión de dictadura. Diez años donde todo el poder estuvo en manos de una sola persona, que hizo y deshizo a su antojo, sumergiendo al país en la peor corrupción de su historia. Sería bueno que, como en Chile, esta experiencia nos haga madurar políticamente. Que esta mala experiencia correísta nos abra los ojos, nos haga rechazar tanta sinvergüencería y darle algo de decencia a la política.

El camino será largo y complicado. El comportamiento correísta sigue vigente entre correístas y supuestos excorreístas. Ahí está Serrano. En cualquier democracia medianamente avanzada hubiera renunciado a la presidencia de la Asamblea y a la Asamblea. Pero él, sin vergüenza alguna, continúa bien agarrado de su cargo. Ahí está Ochoa, personaje nefasto de la década robada, que hasta el final defendió sus abusos. El correísmo ha dejado un marcado legado de desfachatez política contra la que debemos luchar políticos y votantes. Las próximas elecciones seccionales son la oportunidad para ponerle un punto final.

Chile está todavía muy lejos. Diez años de correísmo nos hicieron retroceder demasiado. El ver a políticos y exfuncionarios correístas enfrentar la justicia es al menos un primer paso. 


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