lunes, junio 22, 2020

Patria de nadie

Mientras en esta pandemia muchas empresas privadas han donado millones de dólares para enfermos y hospitales, en el sector público se los han robado.

Cuestión de incentivos. A diferencia de lo que ocurre en el sector privado, en las empresas e instituciones públicas nadie sufre si se pierde plata, nadie es realmente responsable ante una mala administración. No hay incentivos para su buen manejo económico. Hay grandes incentivos para negociados y corrupción. La plata de todos es de nadie.

Por todos lados escuchamos quejas frente a la enorme y descarada corrupción que vivimos y nos dan propuestas y soluciones para acabarla. Sí, necesitamos autoridades, fiscales, jueces que sean firmes, independientes, insobornables, bien parados. Que los sinvergüenzas no puedan dormir tranquilos sabiendo que en cualquier momento caerán presos. Sí, necesitamos un sistema de educación que eduque de verdad a nuestros niños y jóvenes, que ayude a formar personas de bien. Sí, necesitamos aprovechar las nuevas tecnologías para transparentar y descentralizar el proceso de compras públicas, con sistemas que obliguen a competir transparentemente con los mejores precios, no los mejores amarres.

Todo eso es cierto, necesario y ayudaría a combatir la corrupción. Pero de poco servirán las mejores leyes y autoridades de control, la mejor educación y las mejores tecnologías mientras continúe el incentivo a robar. Y ese incentivo seguirá presente mientras existan grandes fondos públicos disponibles para ser repartidos entre los amigos y parientes del poder. Por eso, la única forma de frenar de verdad tanta corrupción es reduciendo el Estado a su mínima expresión, disminuyendo drásticamente el número de instituciones públicas, liquidando o vendiendo tantas empresas públicas sin razón para existir. No es coincidencia que la corrupción en el Ecuador haya aumentado exponencialmente durante el correísmo, época en la que el tamaño del Estado se multiplicó, con nuevos miles de millones de dólares disponibles para los amigotes de la mafia.

Existe una contradicción entre quienes claman por menos corrupción y al mismo tiempo apoyan un Estado benefactor, todólogo, metido en mil asuntos que no le competen. Solo cuando tengamos un Estado eficiente, limitado a sus funciones elementales, con los fondos necesarios para cumplir bien esas funciones y nada más, sin millones que repartir en cientos de instituciones públicas por las que nadie responde, veremos menos negociados, menos despilfarro, menos pillos paseando en Ferrari o huyendo en avionetas.

Con menos plata en manos públicas hay menos corrupción. Sencilla ecuación que los políticos de turno prefieren ignorar para que no les dañen la fiesta. Esos que nos gritan viva la patria, o que la patria es de todos, son los que se acostumbran a vivir de la plata de la patria. Plata que es de todos, o sea, de nadie. O sea, de ellos, que la manejan a su antojo.

Las coimas, los negociados y la corrupción descarada no se irán mientras sigamos con un Estado obeso que confía tanta plata de todos en manos de nadie.


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