lunes, diciembre 22, 2008

Navidad tropical

De chico siempre me gustaron los Papás Noeles, renos, muñecos de nieve y todo ese ambiente invernal decorando mi casa cada diciembre, bajo el sol radiante y los ardientes 35 grados de Guayaquil. Se veían tan llenos de espíritu navideño.

Hasta que Woody Allen ridiculizó mi Navidad tropical y me dañó la fantasía.

En su clásica película Annie Hall, el personaje de Allen viaja en un descapotable por las calles de Beverly Hills en plena época navideña. Va observando ese plástico paisaje californiano tan distinto al de su adorado New York, donde seguro está nevando y los niños hacen muñecos de nieve. Con villancicos de fondo, como para musicalizar la ironía, se ve una enorme figura de Papá Noel en su trineo, desorientado y perdido, bajo el calor y ardiente sol de Los Ángeles en el patio delantero de una mansión.

Esa imagen, de un falso invierno californiano, sin nieve, ni chimeneas, ni bufandas, me hizo regresar a mis navidades en las que los adornos del Polo Norte convivían alegremente con el calor y sudor de la ciudad. Y convivían también con las túnicas y el polvo del pesebre de Belén.

Papá Noel, abrigado hasta la barba blanca, ríe junto a los pastorcitos, la vaca, el burro, los reyes magos, José, María y el niño Jesús. Y Rodolfo el Reno mira su reflejo junto a un cisne blanco de plástico en el laguito oficial del pesebre, recreado con un espejo ovalado. Junto a ellos, se ha colado un J.I. Joe que camufla con éxito su uniforme y metralleta en el musgo café y verde que cubre el mini pueblo bíblico. Aquí no se sienten las diferencias de clima. La nieve del Polo Norte no se derrite junto al musgo del pesebre.

Otra extraña mezcla de tradiciones navideñas que debí enfrentar tenía que ver con la identidad de quien me traía los regalos la mañana del 25. Desde siempre mis papás me dijeron que era el Niño Dios. ¿Y todas esas películas que mostraban clarito como Papa Noel repartía los regalos a todos los niños del mundo viajando en su trineo? ¿Y la historia que me contó Andresito de cuando vio a Papá Noel a media noche en su casa? “Eso es puro cuento”, me dijeron mis papás, “en la Navidad nace el niño Dios y por eso él trae los regalos.”

Alguna vez intentaron hacer un combo interesante que les daba un papel a ambos personajes: el Niños Dios hacía los regalos y Papá Noel los distribuía. Por eso mis cartas iban siempre dirigidas al fabricante antes que al distribuidor: “Querido Niño Dios”. Esta versión de la alianza estratégica entre personajes navideños sonaba bien, pero al final me quedé con la historia de que el Niño Dios fabricaba y repartía los juguetes. Era mucho más creíble. Papa Noel era solo un invento de las películas, como Superman. Solo los niños tontos se creían ese cuento del trineo y los renos. Los niños inteligentes sabíamos que solo un Dios puede repartir millones de regalos en una noche.

Además, lo bueno de tener al Niño Dios como mi fabricante y repartidor de regalos es que se resolvía el problema de la chimenea. Mis amigos debatían intensamente cómo hacía Papá Noel para entrar a sus casas sin chimenea. Yo no participaba en ese debate. Mi distribuidor de regalos era mucho más eficiente. Mi Niño Dios era invisible y atravesaba paredes. Así de fácil. Un día me pusieron a prueba: “¿Y cómo hace para que los regalos pasen por las paredes, si esos no son invisibles?”. “Sencillo, una vez que entra a mi casa abre la puerta y por ahí mete los regalos”.

Pronto me tocará contarle una historia navideña a mi hija que hoy apenas camina. Aunque la historia del Niño Dios tuvo sus ventajas en mis navidades, creo que me iré con Papa Noel. Es una fantasía más emocionante. No hay películas sobre el Niño Dios atravesando paredes. En cambio, Papá Noel y su trineo existen en el cine, en la tele, en la música, en los adornos del patio sudando bajo el sol.

Aunque se burle Woody Allen, tendré para mi hija a Papá Noel con sus duendes, renos, muñecos de nieve y todo el Polo Norte decorando mi casa junto al árbol de Navidad. En cuanto al pesebre, ya veremos si los burros, magos y pastorcitos aguantan el frío polar.

* Publicado en revista SoHo de Diciembre

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