jueves, febrero 03, 2011

La ruptura de Ruptura


Con Correa la cosa es todo o nada. Su supuesta revolución no aguanta críticas ni revisiones. Los que están conmigo son buenos y patriotas, el resto, unos traidores.

La salida de Ruptura de los 25 de Alianza País llega tarde. Hace tiempo tenían razones iguales o mayores a la de ahora para hacerse a un lado. Habían optado por encontrar coincidencias e ignorar los abusos de su Gobierno. Ahora reaccionaron. Aunque su separación sea parcial y tímida, enfocándose solo en la consulta y sin asumir una postura realmente crítica, más vale tarde que nunca.

Ante estas separaciones y críticas de sus ahora ex compañeros, Correa actúa como Correa. No podemos esperar más. Primero dice que le apena la salida de personas brillantes que estima. Después los llama traidores, cobardes, desleales, oportunistas. Los acusa de “izquierda infantil oportunista” y de unirse a la “derecha más recalcitrante”. Calificativos politiqueros a los que ya estamos acostumbrados.

En el fondo, a Correa debe dolerle que lo abandonen justamente personas que él respeta. Siempre le sobrarán asambleístas levantamanos dispuestos a seguirlo hasta el final para conservar sus privilegios. Funcionarios temerosos de perder sus puestos, dispuestos a acatar cualquier orden, tampoco le faltarán. A esos Correa los necesita. Pero no los respeta realmente. Ni les teme.

Junto a estas críticas a sus desertores, he escuchado estos últimos días a Correa repitiendo una idea: No soy yo quien decidirá los cambios, será el pueblo con su voto en la consulta. Falso. La gigantesca presencia e influencia mediática de Correa, pagada por todos nosotros, definirá en gran medida las respuestas. ¿Acaso existía un clamor popular para ir a la consulta? Los ecuatorianos no contestarán diez preguntas basados en sus reflexiones y posturas ante ellas. Votarán a favor o en contra del presidente. Darán un voto a su popularidad que ha sabido conservar despilfarrando nuestra plata.

Correa impone esta consulta con fines muy claros. Las consecuencias de su decisión son su responsabilidad. No es la partidocracia –¿existe todavía, cuántos votos representan?–, ni la derecha –¿alguien les hace caso a los pocos que han salido a hablar?–, ni ninguno de estos enemigos creados por Correa, los culpables de la separación de sus asambleístas y funcionarios. El único culpable es Correa, al pasar de ser el candidato de las “manos limpias y corazones ardientes”, al presidente autoritario que busca controlar todos los poderes.

Por ahora, poco cambiará con la salida de estos ex correístas. Correa seguirá controlando la Asamblea. Le meterá mano a la justicia. La mayoría de los medios seguirá en su poder –¿a qué inversionista le interesará poner plata en un canal de TV si no puede invertir en otros negocios?–. Y su Gobierno derrochador y publicitario continuará comprando su popularidad. Por ahora.

Pero las nuevas voces, de la misma izquierda, que critican a Correa pesan más que las voces de oposición. Otros gobiernistas, que se unieron a un movimiento supuestamente democrático y ahora se ven en medio de un experimento caudillista, se animarán a dar el paso. A dejar la mentira. Se sumarán sus voces. Serán más. Y más fuertes.

La ruptura de Ruptura no es cosa pequeña.

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