jueves, marzo 27, 2008

En taxi destartalado

Yo rompo la ley casi a diario: utilizo los servicios de una empresa “ilegal” de taxi amigo.

El otro día, en medio aguacero, me tocó usar el primer taxi amarillo que se me cruzó en el camino. Grave error.

El taxi era unos de esos Lada que se desarman. Llantas lisas, ventanas que no cierran, limpiaparabrisas inservibles, olor intenso a gas, tubo de escape como chimenea, y todo un zoológico de muñecos de peluche colgando del espejo retrovisor roto. Subíamos las Lomas de Urdesa donde se había formado una cola de vehículos. El motor del taxi tosía y echaba humo mientras el conductor frenaba y aceleraba intentando subir. De repente, el motor se apagó. Después de varios intentos el taxista logró encender el carro en medio de una nube negra de humo. “Esto ya no sube más”, me dijo. Me tocó caminar el último tramo hasta mi casa bajo el aguacero, mientras pensaba que eso nunca me hubiera pasado si tomaba el servicio “ilegal” de un taxi amigo.

Me he acordado de esta anécdota, mientras leo las declaraciones del Presidente de la Federación Nacional de Taxistas, quien está indignado ante la posibilidad de que se legalice a los taxi amigos. El representante dice que los taxis amarillos cumplen “con todo lo que dice la ley”. Seguramente las llantas lisas, la ausencia de espejos, el tanque de gas en el baúl y los cinturones de seguridad falsos del taxi en el que me trepé, y en muchos más que circulan en Guayaquil, le parecen un detalle secundario, nada que pueda afectar la seguridad del pasajero o que vaya en contra de las normas de tránsito.

Esto de los taxis apunta al corazón de los debates y decisiones que finalmente se están dando en esta Asamblea Constituyente. Aquí, como en los demás temas que discute la Asamblea, la palabra clave debe ser la misma: libertad. Libertad para competir con reglas claras. Libertad para dejar al consumidor elegir. Libertad que no impone criterios empujados por grupos de presión, sino que considera lo que es mejor para cada uno de nosotros. Libertad de cada individuo para hacer y escoger lo que más le conviene: dónde y bajo qué modalidad trabajar o contratar, en qué creer o no creer, con quién andar, qué opiniones dar, por quién votar (o la libertad para no votar), dónde invertir, qué negocios tener, y claro, qué tipo de taxi tomar.

Mientras los taxis “ilegales” sigan dando un mejor servicio que los taxis “legales” yo seguiré con gusto rompiendo la ley. Los taxistas reclaman que los taxi amigos no cumplen las mismas exigencias que ellos. Eso se soluciona con reglas claras para que todos puedan competir en igualdad de condiciones.


Como siempre, la oferta y la demanda en un mercado con libertad y reglas claras terminará beneficiando a la mayoría. Solo le toca a la Asamblea tomar la decisión de meterse lo menos posible en nuestras decisiones. Los asambleístas pueden dedicarse a seguir creando leyes e imposiciones que limiten nuestras opciones. O pueden entender que no le corresponde al Estado limitar nuestra libertad, sino protegerla y garantizarla.

De eso dependerá, en buena medida, qué tan destartalado o seguro sea el camino que tomemos como país.

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