miércoles, julio 22, 2009

When in Rome…

“Busquemos un apartamento en el Centro” fue lo primero que nos dijimos cuando regresamos a Guayaquil. Luisa, mi entonces enamorada que pronto sería mi esposa, y yo habíamos vivido algunos años en New York. Se nos había metido hasta los huesos la emoción de la ciudad y el gusto enorme de poder caminar a cualquier lugar. De tener a solo pasos de tu apartamento todo lo que necesitas en tu vida: un par de mercaditos para las compras de la semana; una farmacia para la gripe de invierno; una lavandería donde un par de coreanos dejaban tu ropa como nueva; una ferretería para colgar ese cuadro que compramos a un vendedor frente al Guggenheim; una tienda independiente de videos para alquilar la maratón de películas de Woody Allen; una licorería para el whisky con Club Soda a falta de Güitig; un Citibank para vaciar la cuenta mes a mes; tres bares, uno para rebosarte con jarras de cerveza barata, otro para dártelas de sofisticado con un martini bien cargado, y otro donde las gringas bailaban sobre la barra; un par de cafeterías para pasar la lluvia con un buen libro; tres Starbucks para usar el Internet gratis mientras hacíamos que el café de cuatro dólares nos dure cinco horas; y restaurantes, todo tipo de restaurantes: un chino al que pedíamos a domicilio, un par de italianos para cuando nos daba por comer más fino, uno francés para cuando teníamos algo que celebrar, uno japonés para el sushi de los domingos, uno coreano en el que metías todo en un caldo que te mataba el chuchaqui, uno hindú y otro mexicano para cuando queríamos desafiar nuestra resistencia estomacal, y un clásico Ray’s Pizza para matar el hambre de las 4 de la mañana.

La ciudad era para vivirla en cada esquina. Llegamos con esa ilusión de vivir Guayaquil. En el Centro. Nada de alejarnos de la realidad en esas urbanizaciones cerradas. Queríamos asfalto, bar de la esquina, ruido de carros, vista al malecón y río Guayas.

Pero la realidad fue matando rápidamente nuestra ilusión. Guayaquil tristemente no era New York. Si bien los precios de alquiler era incomparablemente mejores –lo que me costaba alquilar un cuarto milimétrico con baño compartido con cinco roommates en New York, acá alcanzaba y sobraba para un buen apartamento--, la oferta era decepcionante. Quedan los mismos viejos edificios de siempre. Y descubrimos que aquí no tendríamos todo lo que necesitamos a un par de cuadras. Acá tocaba meterse en el carro rumbo al Supermaxi hasta para comprar un cepillo de dientes.

Abandonamos rápido la búsqueda en el Centro. Pero seguimos firmes en nuestra negativa de caer en esa vida suburbana tras garitas y con casas igualitas. La suerte estuvo con nosotros. Encontramos el apartamento perfecto en las Lomas de Urdesa, con una vista a Guayaquil entero. Aquí tenemos la ciudad a nuestros pies, sus murmullos, sus ruidos de ambulancias y alarmas, su viento de verano. Sentimos, escuchamos, respiramos la ciudad.

Pero el tiempo pasa y ahora vemos nuevas opciones para mudarnos. Y aquí viene mi confesión. No estamos buscando lugares en el Centro o en algún rincón urbano. No. Fuimos directito a todo aquello que habíamos rechazado recién llegados hace solo cinco años. Al mundo suburbano de jardines perfectos, guardias en bicicleta, casas clonadas, canchas de tenis, pista de jogging, piscinas, y parques para niños con columpios que garantizan cero rasguños. Fuimos a buscar entre esas urbanizaciones con nombres paradisíacos que siempre combinan masas de agua como río, lago, laguna, ribera con palabras siempre brillantes como sol, dorado, o algo por el estilo.

Y lo confieso. Me gustó lo que vi. Mi hija Sofía estaba tan feliz corriendo libremente por el parque sin que nadie le grite ¡cuidado con los carros! La pista de jogging me vendría perfecta para salir a trotar cada mañana sin tener que esquivar el humo de los buses y al idiota que se pasa la luz roja. La garita y los guardias nos dejarían dormir más profundo, sin pensar en el vecino al que le vaciaron la casa hace unos días.

Mientras la corredora nos contaba del sistema de gas centralizado y nos mostraba las canchas de fútbol con césped sintético, mi cabeza solo acertaba a repetir “en Roma haz como los romanos”. Qué le vamos a hacer. Guayaquil no es New York, ni lo será aunque lo intente. Y además, estos dos amplios parqueos me vienen perfectos.

Ya que estamos claudicando a nuestros sueños urbanos, nos hemos hecho una sola promesa: jamás una minivan. Ya veremos en cinco años.


* Publicado en revista SoHo de Julio.

2 comentarios:

Reginald d'Arcy Rasheed el Hassan III dijo...

¿Como en scrubs, cuando el negro tiene una hija y se compra una minivan y le da vergüenza que lo vean porque van a decirle soccer mom y esas cosas? Qué suerte la de MIG, yo me conformo con un lugar donde los vecinos no escuchen reguetón y vallenato a todo volumen mientras beben alcohol en la calle con sus, uh, prostitutas, y no haya un local de venta de cilindros de gas donde dos veces al día llegue un camión desde el cual durante una hora botan los cilindros hacia la calle haciendo un ruido insoportable.

apartamento alquiler roma dijo...

Esto de los lugares mas bonitos que hay en Europa es Roma, desde sus antigüedades, pasando por las bellezas historias de cara rincón y siguiendo por su gente.