jueves, febrero 23, 2012

El estreno de la Mashicorte


Por un momento fui lo suficientemente optimista o ingenuo para creer que los jueces harían lo correcto. Que en este país había espacio para la justicia, la decencia, el sentido común y la independencia de poderes. Que los tres jueces le negarían al presidente de la República, de frente y sin miedo, la facultad de consumar su abuso permitido hasta ese momento por jueces de un sistema judicial criticado por el mismo presidente. Que esta nueva Corte, llamada a erradicar las viejas malas prácticas, desecharía este escandaloso juicio que implica millones de dólares de indemnización, la quiebra de un diario y prisión para cuatro personas solo porque el presidente dice sentirse ofendido por un artículo de opinión.

Llegué a imaginar un desenlace feliz para la libertad de expresión y la justicia en este país. Todos habríamos ganado si la Corte hubiese tenido la elemental coherencia e independencia para frenar este abuso. Incluso Rafael Correa habría ganado con una derrota: se hubiese demostrado que en este país sí existe independencia de poderes. Y Correa se hubiese librado del papelón mundial que le trajo la ratificación de la sentencia y de las nuevas instancias internacionales donde no tendrá el mismo poder para que se cumplan sus deseos.

Obviamente estuve equivocado. Quería creer en esos tres jueces que reaparecían en la sala de la corte luego de fingir que deliberaban durante casi dos horas. Pudieron hacer lo correcto, inaugurar la justicia en el país, pero decidieron rebajarse y avergonzarnos. Wilson Merino, Paúl Íñiguez y Jorge Blum, jueces de la Corte Nacional de Justicia, no cualquier corte de barrio, estrenaron oficialmente esa madrugada la Mashicorte, cuya existencia tanto temíamos desde que el presidente ofreció meter las manos en la justicia dizque por el bien del pueblo. El papel de estos jueces será recordado como la estocada final de este triste episodio para el país.

Veo por televisión al juez Merino ponerse de pie con gesto serio para darle mayor solemnidad a la escandalosa sentencia que está a punto de validar. Tensión. Es el momento, la oportunidad para que la nueva Corte demuestre que estamos en una nueva época, desechando por completo lo actuado por los jueces de la vieja y cuestionada corte. La oportunidad para plantarse firme frente a un abuso que ha llegado demasiado lejos, para decirle no a la concentración de poderes, para demostrar que en esa sala y en las cortes del país mandan los jueces, manda la justicia, no el presidente con su coro a sueldo. Pero con cada palabra que el juez pronuncia, nos golpea en la cara la realidad de este país donde ya nos toca hablar de democracia en tiempo pasado. Sus palabras dan paso a las sonrisas, los puños en alto, los abrazos, las celebraciones de un presidente que se sabe más poderoso que nunca, que agradece a esos jueces que tan bien le han respondido, que se ríe en la cara de la justicia de este país.

Afortunadamente, la comunidad internacional es más grande que la mentalidad aldeana que nos gobierna. Esa comunidad con sus instituciones denuncia el abuso que acá se vive. Y ante ellas, ahora sí, tendrán que responder.

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